viernes, 17 de abril de 2009

El multiculturalismo como discurso reaccionario

Cultura es todo aquello que permite la liberación y el desarrollo del ser humano como tal ser humano. Esta caracterización aparece durante la época de la Ilustración –o más bien reaparece, pues ya estaba presente en el pensamiento griego y en su consideración de la Paideia o educación- e inaugura una tradición de pensamiento que se suele identificar con las posturas político-sociales de la izquierda. Desde que Rousseau critica la idea ilustrada de “progreso”, que en lugar de liberar al hombre lo corrompe y lo esclaviza, pasando por Kant, con su concepción de un sujeto trascendental (universal) soporte de las condiciones de conocimiento y del deber moral, Marx, que considera que la superestructura ideológica –la cultura de una sociedad- es una falsa conciencia determinada por unas condiciones de producción que alienan a los seres humanos, Freud, para quien el malestar en la cultura proviene de aquellos usos sociales que se manifiestan como rasgos culturales y cuya función fundamental es la represión, hasta llegar a los pensadores de la Escuela de Frankfurt, que intentan responder a la contradicción trágica que supone que el país culturalmente más avanzado de Europa fuera capaz de crear los campos de exterminio, las concepciones progresistas siempre han pensado que bajo las costumbres y la producción teórica e intelectual que se denomina normalmente “cultura” existe una determinación general según la cual ésta es la que propicia la humanización y el pleno desarrollo de las personas. Así, el falso concepto de progreso, la ideología determinada por la base económica de un sistema de producción, la moral victoriana o los logros intelectuales de la Alemania de finales del siglo XIX y principios del XX, habrían olvidado que su función como manifestaciones culturales es ese desarrollo humano, habrían sido edificados sobre la nada y no serían cultura, sino barbarie, de tal modo que sus consecuencias necesariamente habrían de ser también bárbaras. En este sentido sólo es posible hablar de Cultura, no de culturas, y las distintas costumbres de las distintas sociedades, serían expresiones de la Cultura o no según se acomoden a ésta.
Aquí precisamente radica el gran error del multiculturalismo, que ha identificado sin más costumbres con Cultura, considerando que cualquier uso social, desde el momento en que, por ser uso social es también cultura, debe ser respetado por sí mismo. Lo más preocupante, con todo, es que esta apuesta por una multiculturalidad cuando menos ingenua y en todo caso errónea, venga precisamente propiciada por posturas de izquierda, lo que supone una quiebra en la tradición de su pensamiento y de la base ilustrada que lo soporta. El progresismo mal entendido que aboga por el respeto universal a todo tipo de costumbre, porque siendo costumbre es ya automáticamente cultura, es un pensamiento profundamente reaccionario que bloquea el papel que debe cumplir la cultura y abre la puerta a que barbaridades tales como el obligar a casarse a una niña de catorce años sean consideradas culturales y en consecuencia deban ser respetadas –nunca se insistirá lo suficiente en que lo único respetable son las personas-. Una costumbre, un uso social o una institución pueden ser bárbaras si alienan al ser humano, le esclavizan o le niegan sus derechos más básicos. A este respecto tan bárbaro es el botellón, como las corridas de toros o la ablación de clítoris: por muy costumbres y muy tradicionales que sean no son cultura. En cambio, todo aquello que propicie el progreso humano, la liberación, si lo será. Pero no porque se incluya en alguna cultura territorial o social, sino porque forma parte de la única Cultura real: la Cultura Humana. O se entiende así el multiculturalismo –y entonces no tendría sentido hablar de respeto a todas las culturas, porque sólo hay una, y el propio multiculturalismo se anularía en esta contradicción- o si no en discurso multicultural está propiciando la barbarie, y también se contradiría a sí mismo.

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