lunes, 5 de noviembre de 2012

Nación


La Nación es un sentimiento. Un sentimiento de pertenencia a un grupo y, por ello, de unidad y solidaridad con el resto de los miembros de ese grupo. Como sentimiento la Nación es, en primer lugar, irracional como todos los sentimientos, y, en segundo lugar, algo no natural (su fuera natural yo, por ejemplo, lo sentiría), algo fabricado culturalmente e imbuido en los sujetos por los mecanismos clásicos de socialización y culturización. Estas dos características son las que convierten a la Nación en el arma política perfecta, y ello en dos sentidos. Primero como instrumento para aunar voluntades, formar masas que seguirán ciegamente a un líder carismático  que se erige como personificación de la nación y que acaba constituyéndose, en este proceso, en la nación misma. Por eso, entre otras cosas, todo nacionalismo es excluyente. El nacionalismo no excluyente no existe, porque el sentimiento nacional y la formación de la masa convierte en el Otro a todo el que no comparte aquél ni forma parte de esta. Pero también el nacionalismo es un arma política desde el momento en que constituye la cortina de humo ideal.
Es así que la actual ofensiva nacionalista, tanto de un lado como de otro, del catalán como del español, puede analizarse desde esta doble perspectiva. Por un lado los nacionalistas catalanes, con el señor Más a la cabeza, lo único que pretenden es ganar las elecciones –un fin muy legítimo, por otro lado, aunque el medio no lo sea- y cualquiera que haya seguido el curso de los acontecimientos se habrá dado cuenta de ello: primero la calculada y prefabricada exaltación nacionalista de la “Díada”, después la convocatoria de elecciones y, por último, el amago de convocatoria de un referéndum –referéndum que no se va a convocar como ya ha dejado claro su supuesto convocante  al declarar que “no va a convocar una consulta para perderla”, así que, o hace trampas, o no la convoca, que es lo que tiene en mente desde el principio-. En resumen, el señor Mas está amenazando con la independencia para que le den más dinero  que pueda seguir sufragando sus victorias electorales. Y es que el nacionalismo, como todo sentimiento que no surge de la razón y de la dignidad humana que ésta implica, tiene un precio.
Por otro lado el nacionalismo español tiene como objeto exactamente el mismo: hacer que el PP vuelva a ganar las elecciones exaltando los ánimos anticatalanistas. En este bando quizás el acontecimiento más destacable sea  -dejando a un lado el desfile del 12 de Octubre, Fiesta Nacional, con lo cual ya queda todo dicho-  las palabras del Ministro de Educación hacer a de españolizar a los alumnos catalanes. Si bien la estulticia de este señor es harto conocida y todo lo que sale de su boca hay que tomárselo como es: una broma de mal gusto, es este caso la ocasión y el objetivo han estado bien elegidos. Ahí tenemos como muestra a los medios y los plumillas de la ultraderecha ladrando de nuevo y, lo que es peor, creando opinión pública. Lo más triste de todo es que se haya elegido como campo de batalla la educación, una de las pocas cosas que son –o deberían de ser- universales. Tanto el señor Wert, como el señor Mas, como todos aquéllos que le siguen el juego deberían de saber que la educación no sirve para catalanizar ni para españolizar, sino para humanizar, lo cual implica que un catalán o un español no son seres humanos completos si se quedan sólo en eso. Porque humanizar, entre otras cosas, es hacer que los sujetos dejen de ser unos paletos, que es lo que es aquél que no ve más allá de la barretina o la bandera rojigualda.
Y es que el auge nacionalista no tiene otro objeto que tapar la miserias de la crisis y de unos gobiernos –el catalán y el español- que la están gestionando según los intereses de la banca y las multinacionales que no entienden de naciones. Son los mismos perros con el mismo collar y mientras aparentan golpearse con una mano se hacen caricias con la otra. Lo cual no es de extrañar puesto que son dos gobiernos de derechas y el nacionalismo, como todo el mundo sabe, es siempre de derechas.

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