La lógica nos enseña que la falacia
de composición consiste, a grandes rasgos, en confundir la parte con el todo
–estrictamente hablando consiste en inferir la verdad del todo a partir de la
verdad de las partes-. La lógica es importante no sólo porque es la guía de un
pensamiento estricto, sino también porque permite descubrir cuándo este
pensamiento está ausente, bien por la falta de capacidad intelectual del
agente, bien porque éste tenga como objetivo último el engaño. Lo que viene a querer
decir que la lógica no sólo sirve para pensar bien, sino también para que no
nos engañen. Traigo esto a colación porque en los últimos días se han dado en
la vida política y social dos ejemplos claros de la citada falacia de composición,
que, precisamente por la falta de lógica, han pasado inadvertidos –o al menos
eso ha parecido- a los medios de comunicación y, en consecuencia, a la
población en general. Dos ejemplos que, además, muestran bien a las claras la
visión que de España tienen nuestros gobernantes y nuestros empresarios o, lo
que es lo mismo, aquéllos a los que más se les llena la boca con el término
“España” y los que más presumen de su espíritu patriótico.
El
primero de estos ejemplos es la nacionalización por parte del gobierno boliviano
de la empresa que gestionaba los tres principales aeropuertos del país,
propiedad de la española Abertis y, a la vez, participada por AENA. No voy a
entrar ahora en discutir lo acertado de la medida de las autoridades
bolivianas, si es cierto que la citada empresa no invertía lo suficiente o si,
a partir de ahora, en esos aeropuertos lo único que van poder aterrizar son
aviones de juguete. Lo que entra de lleno dentro del ámbito que hemos tratado
más arriba ha sido la reacción del ministro de Asuntos Exteriores –y por lo
tanto del Gobierno- ante el hecho. Dicha reacción incide plenamente dentro de
la falacia de composición, pues según el señor ministro dicha expropiación es
un grave ataque contra los intereses de España y un perjuicio para éstos, con
lo cual confunde el todo –España- con la parte –la empresas o empresas
españolas- y lo que es cierto para la
parte –que, evidentemente la citada nacionalización supone un ataque contra sus
intereses y un perjuicio para ella- se considera verdad para el todo –para toda
España-. No es la primera vez que el señor ministro dice algo así. Ya lo hizo
cuando el gobierno argentino expropió YPF, filial de Repsol. Y la verdad es que
lo que supone un ataque y un perjuicio para los intereses de España –de todos
los españoles- es más bien la situación económica y social creada por este
gobierno, a la cual no son del todo ajenas las empresas, tanto las que han sido
expropiadas como las que no, y no que a una de éstas les quiten sus negocios en
el extranjero. El señor ministro de exteriores y el gobierno de España ofrecen,
al caer en esta falacia, una muestra clara de lo que entienden por España:
España son sus empresas y los intereses económicos que manejan, y no el
conjunto de la ciudadanía que se está muriendo de asco.
Podemos
relacionar este ejemplo con otro, cuyo tratamiento por parte de las autoridades
y de sus medios afines cae también dentro de la falacia de composición: la
situación de Iberia y, en concreto, la huelga que están llevando a cabo sus
trabajadores. Para estos señores esta huelga es algo que España no se puede
permitir. Hombre, yo más bien creo que los que no se pueden permitir perder su
empleo los trabajadores a los que van a despedir. Pero dejando esto aparte, en
este caso ya no sólo se habla de los daños económicos para el país, sino que
incluso se apela al espíritu nacional y patriótico y se alude a la posible
desaparición de la compañía de bandera de España, aquella que lleva los colores
de la enseña nacional. Quizás lo que deberían de decir es que la compañía de
bandera española ya no es española, sino inglesa, puesto que fue adquirida por
British Airways y que los colores de la enseña nacional han quedado reducidos a
una compañía Low Cost, que es lo que ha quedado reducido también el país que
representa: a un país Low Cost. Como tampoco dicen que el acuerdo al que
llegaron los trabajadores con la sección española de la compañía fue rechazado
por la matriz británica lo que convierte a la empresa en la única responsable
de la situación. En este caso, la falacia de composición es todavía más flagrante,
puesto que no confunde a una empresa española con España, sino a una compañía
inglesa con España. Que es lo mismo que confundir la tortilla española con la
francesa o el “fish and chips” con una merluza a la vasca. Y es que yo, cuando
quiero, también se ponerme patriótico.
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