lunes, 20 de enero de 2014

Bien /1

El bien es el objeto de estudio último de la Ética en tanto disciplina de la justificación de lo moral. Si bien cotidianamente se accede a él de forma intuitiva –se sabe qué es bueno y qué no lo es, y ese saber es lo que guía a los individuos en su vida diaria-, ofrecer una definición de Bien, sin embargo, es algo más complejo. Así, Platón consideró el Bien como un ideal trascendente al entendimiento humano, el cual, aunque pudiera acceder en mayor o menor medida a dicho ideal, nunca podría llegar a aprehenderlo del todo, de tal manera que, en principio, el conocimiento del bien escapaba a la capacidad del intelecto humano. Es la concepción que posteriormente adopta el pensamiento cristiano, que identifica al Bien con Dios –el Bien Supremo- y, de la misma manera que no nos es posible saber cómo es Dios –sólo podemos saber cómo no es, como nos recuerda Tomás de Aquino- tampoco es posible llegar al conocimiento pleno del bien. Lo único que le cabe al ser humano –siguiendo la doctrina cristiana- es hacer lo correcto, es decir, obedecer los mandamientos de la Ley Divina, pero sin tener posibilidad alguna de conocer cuál es la fuente de la que emanan o, lo que es lo mismo, cuál es el criterio de bien en el que se sustentan. Frente a esta tradición platónica de absolutización del bien, los Sofistas –a los que a la larga nadie hizo caso (excepto Nietzsche), pues el cristianismo los convirtió, junto a otros, en los perdedores de la Historia de la Filosofía- habían considerado el Bien como algo relativo, dependiente de los sujetos, las sociedades y las épocas históricas la misma concepción, por cierto que en el siglo XVII va a mantener Spinoza –otro perdedor- cuando en su Ética afirme que “el bien y el mal siempre se dicen en sentido relativo”-.
 Van a ser Aristóteles y la escuelas morales helenísticas las que elaboren una concepción de Bien que no se presente como un ideal, sino más bien como la consecuencia de una serie de valores terrenales. Estos valores –ya sean la felicidad, el placer, la sabiduría o la tranquilidad de espíritu- acaban ocupando el lugar del Bien, de tal manera que se considera que el objetivo último del comportamiento humano es alcanzar éstos –ser feliz, ser sabio, u obtener placer- más que aquél –ser bueno-. 
 Sería dentro de esta tradición aristotélica donde habría que situar algunos de los más importantes intentos modernos de definir el Bien. Entre éstos es de destacar el intento utilitarista –la Ética kantiana se sitúa en un plano más platónico, al hacer depender el bien del Deber- de consideración de lo que es bueno. El Bien, para estos autores, viene definido por la máxima fundamental del utilitarismo, enunciada por John Stuart Mill:  “La mayor cantidad de felicidad para el mayor número de personas posible”. El Bien, si nos atenemos a esta máxima, no sería entonces más que un instrumento para alcanzar la felicidad o, dicho de otra manera, el único bien posible sería ese estado de máxima felicidad para el mayor número. Es por ello que los utilitaristas –y los autores que, sin serlo explícitamente, de alguna manera han considerado sus teorías, como Rawls y Sen- más que de bien van a hablar de bienes. Los bienes serían elementos materiales  -bienes básicos- que permiten alcanzar el estado de felicidad. Es por ello que la reflexión utilitarista –y de la de Rawls, Sen, Elster, Dworkin etc. en el pensamiento contemporáneo- se va a centrar en el cálculo del coste-beneficio que permita un reparto tal de esos bienes básicos que se haga posible que el mayor número de ciudadanos alcance el mayor grado de felicidad. Pero esta visión del bien, como se habrá comprobado, ya no es meramente moral, sino que tiene un fuerte componente social –si es que lo moral puede dejar de ser social-. En el fondo, el concepto de Bien planteado por los utilitaristas es el de Bien Común. Algo que merece una reflexión aparte.

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