martes, 3 de junio de 2014

¿República?. ¿Qué República?

Qué ganas tengo de vivir en un país normal. Un país normal donde acontecimientos normales –aunque importantes- se desarrollen de forma normal. Pero no, aquí de todo tenemos que hacer una tragedia griega. No me imagino yo a los monárquicos franceses –que hay muchos- pidiendo un referendo cada vez que un presidente termina su mandato, ni los republicanos holandeses –que hay muchos, no en vano la República se inventó en Holanda- pidieron un referendo tras la abdicación de la reina Beatriz. Pero cada día estoy más convencido de que aquí tenemos un déficit racional situado a nivel genético profundo. Aún así, quiero pensar –más bien estoy seguro- que los grupos que promueven ese referendo son conscientes de que no se va a celebrar y que sólo están realizando movimientos tácticos de cara a las próximas elecciones, comportándose de forma racional en suma. Sólo así se explica que se pida ahora, y no hace diez años -pues en tanto modelo de Estado la situación es la misma- cuando, con la economía viento en popa y toda la población con su chalet, su coche nuevo y su televisor de cincuenta pulgadas, plantear una transición republicana hubiera sido un suicidio político. De la misma forma están tomando posiciones el PP y el PSOE; y atentos al PSOE: si Juan Carlos tuvo su político, que fue Suárez, Felipe tiene el suyo que es Eduardo Madina.
            Pero vamos a suponer que, a pesar de todo, dicho referendo se lleva a cabo, lo cual, en puridad, no sería sino una muestra de normalidad democrática –eso que nos falta- y no algo extraordinario. De los dos escenarios posibles –pues excluyo aquel en el cual la diferencia fuera tan irrelevante que condujera directamente al enfrentamiento civil- el que cuenta con un número mayor –mucho mayor- de probabilidades es aquél en el cual la opción republicana resulte derrotada –y hace falta no tener ni idea de cuál es la realidad sociológica de este país para pensar lo contrario-. En este caso la bofetada que se daría la izquierda –pues es la izquierda la que promueve la república: ni la derecha ni la izquierda moderada, ambas por razones estratégicas- sería de las que hacen época y los réditos electorales de la derecha serían casi ilimitados, con lo cual la situación social que provoca este referéndum, y que es sobre la que hay que actuar, saldría reforzada. Tendríamos derecha y recortes sociales por mucho tiempo. El referendo sería en este sentido una bomba que estallaría en la cara a sus promotores. Pero hay algo más. Las masas que siguen a aquellos que piden un referendo dan por hecho que éste no es más que un trámite previo a la instauración de la República. Ni siquiera consideran su resultado. En su imaginario identifican los dos acontecimientos: referendo es ya República. La conclusión necesaria de este proceso sería la aparición de grupúsculos que no aceptarían el resultado y que, por transición lógica, se constituirían en  grupos de resistencia armada y el terrorismo -con los beneficios electorales que le produce a la derecha- volvería al escenario político.
            Pero supongamos que, contra todo pronóstico, se da el segundo escenario posible y el resultado del referendo es favorable a la República. Habría entonces que determinar cuál es el modelo de República que se desea, y aquí los promotores del referendo, que con cierta razón se considerarían los vencedores del proceso, impondrían su república –porque que nadie se engañe: aquí no se pide una república en general, se pode una república muy concreta-. No quiero recordar aquí las alabanzas a los sistemas venezolano y cubano que salen constantemente de sus filas, pero sí que en estas tesituras los nacionalismos se considerarían legitimados para iniciar un proceso de descomposición del Estado –algo que no sería la primera vez que pasa-, mientras que los capitales saldrían disparados del país, y los mercados, que buscan por encima de todo la estabilidad, apretarían hasta la asfixia el dogal. La situación social se deterioraría a marchas forzadas –al menos eso he de pensar mientras no se me aclaren cuáles son los mecanismos con los que se paliarían estas circunstancias- y todo quedaría dispuesto para una intervención del Ejército –y quien piense que eso es imposible es que vive en el país de las hadas-, legitimada, además, por el cumplimiento de su misión de defensa de la Constitución. La III República, así, duraría menos que la I y acabaría peor que la II.

            Plantear un cambio en el modelo de Estado cuando la situación social es un desastre –y, sobre todo, cuando este desastre no ha sido causado por el modelo de Estado y, por lo tanto, no se va a solucionar con el cambio de modelo de Estado- es una muy mala idea. Y yo, que soy republicano, sé que es una muy mala idea. Los cambios profundos en la estructura del Estado cuando las cosas van mal sólo hacen que vayan peor –y hay innumerables ejemplos en la historia, el último el de Egipto-. Hay que hacerlos cuando las cosas van bien, pero cuando las cosas van bien no hay interés, por parte de nadie, en hacerlo. España tiene en la actualidad problemas mucho más graves que quién ocupa una jefatura del Estado que, en el fondo, no deja de ser una institución simbólica y la izquierda tiene problema mucho más graves que resolver después de la derrota en las elecciones europeas. A la persona que espera en el pasillo atestado de las urgencias de un hospital público a que le atiendan –yo también se ponerme populista- le importa un rábano si su representación internacional la asume un rey o un presidente.

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