Para hacérselo corto.
Lo que está ocurriendo en Oriente Medio es un enfrentamiento entre Irán e Israel, que, como suele pasar, ha pillado a los palestinos en medio. Como los pilló en medio en el conflicto entre Israel y Egipto o entre Israel y Siria. Y, como entonces, ahora los palestinos están siendo utilizados como carne de cañón por Irán, lo mismo que antaño lo fueron por Egipto o por Siria, que, recuerdo, fueron los primeros en expulsar a los palestinos de sus territorios. Cuando nos echamos las manos a la cabeza por el supuesto genocidio israelí sobre los palestinos, -parece que ya no nos acordamos de los genocidios de verdad, y de cómo los jeques árabes, y palestinos, apoyaron a los alemanes- o no nos acordamos de que la primera foto de un muerto que apareció en el conflicto actual fue la del cadáver de una joven israelí medio desnuda subida en la caja de una pick up y rodeada de heroicos combatientes de Hamás, eufóricos por su victoria. Supongo que el concierto que se estaba llevando a cabo en el desierto cuando fue atacado por el ejército de liberación palestino estaba repleto de genocidas israelíes. Seguro.
Para seguir haciéndoselo corro. Si uno le mete la mano en la boca a un perro, y más si es un perro salvaje, corre el peligro serio de que se la muerda. Los atacantes de Hamás sabían perfectamente cómo iba a reaccionar Israel, y aun así atacaron. Atacaron, lógicamente, por orden de Irán, porque a Irán le importa un ardite el pueblo palestino. Y porque Hamás, más que estar al servicio del pueblo palestino al que dice defender, está a sueldo de Irán. Así que, en vez de preguntarnos, como hacen los sesudos y antisemitas analistas internacionales qué interés tiene Israel en esta guerra, tal vez sería mejor preguntarse qué interés tiene Irán, o Rusia que no deja de ser la mano en la sombra que está detrás de Irán. De momento obliga a Estados Unidos a luchar en tres frentes: en Ucrania, en el mar Rojo contra los hutíes de Yemen-que es por donde empezó todo esto- y ahora en Israel.
Y para terminar de hacérselo corto. Cada uno puede tener sus propias preferencias, faltaría más, pero en un enfrentamiento entre Israel e Irán yo, sin dudarlo, me quedo con Israel. La gran diferencia entre ellos es que el señor Netanyahu seguramente sea un asesino de masas, pero tiene que soportar protestas en la calle y puede ser revelado en unas elecciones, mientras que los ayatolás que mandan en Irán castigan a una mujer por no levar velo, tienen una cosa que se llama “policía de la moral” y no toleran ningún tipo de protesta. Y no hay ni dios -o alá- que los quite de donde están. Un enfrentamiento entre Israel e Irán es un enfrentamiento entre la civilización y la barbarie, entre la Ilustración y la Edad Media. Y yo, de verdad, que no entiendo que es lo que tenemos en España en particular y en Europa en general con los árabes, más allá de su petróleo. Recuerdo que cuando ocurrieron los atentados del 11 de marzo, todos los grupos de presión autodenominados progresistas se lanzaron como un solo hombre a decir que la matanza no era obra de los musulmanes como tal y que había que evitar la islamofobia, castigarla incluso. Nadie se acordaba, parece ser, de los 193 muertos. Nadie dice ahora que los responsables de la guerra en Gaza no son todos los judíos. Al contrario volvemos al viejo antisemitismo. El de los pogromos y las deportaciones. Todos sabemos, aunque no nos queramos acordar, como acabó el último de esos pogromos. A lo mejor todavía hay algún ingenuo que desconozca las intenciones de Irán -o que esté a sueldo suyo-, pero el próximo pogromo irá a por nosotros.
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