Un grupo de niñas menores agrede salvajemente a otra- ecuatoriana, por más señas-. Automáticamente se disparan todas las alarmas, los políticos de turno se preguntan que es lo que no funciona en la sociedad y los sesudos catedráticos de psicología y pedagogía empiezan a realizar análisis de a 10 céntimos el kilo en todos los medios biempensantes. Y nadie, absolutamente nadie, se plantea la cuestión clave: la responsabilidad.
Es responsable el sistema educativo, que en vez de enseñar se ha dedicado a tratar a los adolescentes como a niños de dos años, a utilizar técnicas pedagógicas ridículas para inculcar unos valores que se llevan siglos inculcando desde el aprendizaje y la formación humana y científica. Un sistema educativo que se ha olvidado de que su función es formar ciudadanos íntegros tanto intelectual como moralmente y no borreguitos, robots que sólo obedecen a los datos programados. Y la responsabilidad de psicólogos y los pedagogos es aquí ineludible.
Son responsables los padres. Puesto que exigen sus derechos para elegir la educación de sus hijos ahora deben hacerse cargo de que esa educación que les han dado no ha servido de nada. A la madre de una de las agresoras ya le han quitado su custodia, pero sólo porque estaba divorciada. Esta debería de haber sido la primera acción con todas ellas.
Y por supuesto son responsables las agresoras. Posiblemente los adolescentes estén confusos en cuanto a su identidad sexual, pero conocen perfectamente la diferencia entre el bien y el mal, y saben que golpear casi hasta la muerte a otra persona -como decía Cary Grant en Arsénico por compasión- no sólo es un delito, sino que además está mal. Son completamente conscientes de lo que hacen y por lo tanto hay que exigirles cuentas de sus actos.
Lo fácil es responsabilizar a la sociedad -que no existe, es una pura metáfora- o a la violencia de la televisión -cuántos de los que ya pasamos de los 40 veíamos "el Equipo A", o "Starski y Hutch", o "Mazinger Z" y no andamos a palos con los demás-. Cuando se apela al mas mínimo sentido común lo primero que se viene a la cabeza es que a estas niñas les hacen falta dos bofetadas. Pero el sentido común es políticamente incorrecto.
Aún queda una última cuestión. Esta agresión es tan racista y mucho más salvaje que aquella del tren a la que se le dio tanto bombo. Pero claro Colmenarejo no es precisamente un barrio obrero ni estas niñas son un desgraciado que no tiene dónde caerse muerto. Ahora comenzarán las disculpas y las excusas -ya han empezado de hecho- y al final no pasará nada. Hasta la próxima.
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