Quisiera profundizar un poco más en el asunto de la mal llamada apostasía y las decisiones judiciales. Digo “mal llamada apostasía”, porque apostatar significa renunciar a una fe. Eso supone que el apóstata en algún momento ha tenido que profesar esa fe –profesarla de forma al menos convincente, si no sincera- ya que en caso contrario no podría renunciar a ella. Cuando se solicita a la Iglesia Católica que borre los datos personales de sus registros, no se trata de apostatar. No se está renunciando a ninguna fe, sencillamente porque nunca se ha profesado esa fe. De pequeños, y sin nuestro consentimiento, una institución privada se hizo con nuestros datos personales y los ha utilizado de forma fraudulenta –entre otras cosas para incluirnos en censos que luego son usados para conseguir ayudas y subvenciones de Estado- y lo único que se pide es que esa institución elimine esos datos. Ese es un derecho constitucional regulado en el ordenamiento jurídico por la Ley de Protección de Datos. Insisto, el juez no debe decidir si se puede apostatar –que se puede, por supuesto- porque no es eso de lo que se trata. Nunca hemos creído en la fe católica, ni en ninguna, porque nunca hemos tenido la necesidad de profesar una religión, nos basta con la razón. De lo que se trata es de que el juez haga cumplir la ley y proteja nuestros derechos como ciudadanos –que es en lo que consiste su función- en este caso frente a una institución tan poderosa y, repito, tan privada como la Iglesia católica. Y eso es lo que el juez no está haciendo. Y decir que los libros de bautismo no son registros porque no están ordenados por orden alfabético –que curiosamente es el mismo argumento que utiliza la Iglesia para negar en un primer momento la petición de eliminar los datos personales- suena a chiste que ni siquiera con la fe del carbonero es creíble.
No se diga tampoco que hay que respetar unas creencias. En primer lugar nadie está faltando al respeto a ninguna creencia. En todo caso lo que no se está respetando es el derecho a no tener ninguna. En segundo lugar no todas las creencias son respetables. Es respetable el derecho que tiene cada uno a creer lo que quiera, pero la creencia en sí misma no lo es. Y unas creencias que se basan en la irracionalidad, que no están argumentadas y que no pueden ser probadas son las menos respetables de todas. Yo tendré todo el derecho del mundo a creer –como decía Bertrand Russell- en una tetera gigante orbitando la Tierra, pero esa creencia no es de ninguna manera respetable en sí misma. O al menos no tan respetable como la afirmación de un astrónomo que se ha pasado toda su vida mirando por el telescopio y asegura sin lugar a dudas que no existe dicha tetera. Y en tercer lugar alguien tendría que explicar porqué las creencias religiosas han de ser las más respetables de todas, hasta el punto de que la más leve insinuación acerca de alguna de ellas provoca una reacción altamente violenta por parte de sus seguidores, ya sea la publicación de unas caricaturas de Mahoma o la puesta en solfa de la oportunidad de una procesión de Semana Santa. Se nos exige que respetemos la religión con su carga de irracionalidad y fanatismo (toda religión es por definición fanática, igual que todo nacionalismo es excluyente: “fanatismo religioso” o “nacionalismo excluyente” son redundancias políticamente correctas) mientras que no se exige a la religión el mismo respeto, no ya a teorías científicas altamente probadas como la Teoría de la Evolución –que la religión puede permitirse el lujo de negar tranquilamente- sino a los más elementales derechos de los ciudadanos.
No se diga tampoco que hay que respetar unas creencias. En primer lugar nadie está faltando al respeto a ninguna creencia. En todo caso lo que no se está respetando es el derecho a no tener ninguna. En segundo lugar no todas las creencias son respetables. Es respetable el derecho que tiene cada uno a creer lo que quiera, pero la creencia en sí misma no lo es. Y unas creencias que se basan en la irracionalidad, que no están argumentadas y que no pueden ser probadas son las menos respetables de todas. Yo tendré todo el derecho del mundo a creer –como decía Bertrand Russell- en una tetera gigante orbitando la Tierra, pero esa creencia no es de ninguna manera respetable en sí misma. O al menos no tan respetable como la afirmación de un astrónomo que se ha pasado toda su vida mirando por el telescopio y asegura sin lugar a dudas que no existe dicha tetera. Y en tercer lugar alguien tendría que explicar porqué las creencias religiosas han de ser las más respetables de todas, hasta el punto de que la más leve insinuación acerca de alguna de ellas provoca una reacción altamente violenta por parte de sus seguidores, ya sea la publicación de unas caricaturas de Mahoma o la puesta en solfa de la oportunidad de una procesión de Semana Santa. Se nos exige que respetemos la religión con su carga de irracionalidad y fanatismo (toda religión es por definición fanática, igual que todo nacionalismo es excluyente: “fanatismo religioso” o “nacionalismo excluyente” son redundancias políticamente correctas) mientras que no se exige a la religión el mismo respeto, no ya a teorías científicas altamente probadas como la Teoría de la Evolución –que la religión puede permitirse el lujo de negar tranquilamente- sino a los más elementales derechos de los ciudadanos.
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