viernes, 5 de diciembre de 2008

¡Señor, qué cruz!

Si no estoy muy equivocado, el Artículo 16 de la Constitución Española, en su apartado 3, dice que “ninguna religión tendrá carácter estatal”. Esto significa que exhibir símbolos religiosos en edificios que dependen de las instituciones del Estado –ya sean éstos el Senado o una escuela pública infantil- es simplemente anticonstitucional. Con esto debería bastar para dar por zanjada la discusión acerca de la oportunidad o no de colgar crucifijos en los colegios públicos y para terminar este escrito. Pero resulta que enseguida aparece alguien que, en un alarde de autosuficiencia y cinismo sin precedentes, espeta que un crucifijo es un símbolo religioso que no molesta a nadie. Y aquí se enreda la discusión y hay que tirarse una semana o un mes hablando de un tema que está claramente tipificado en la Constitución y yo tengo que escribir algunas líneas más de las tres o cuatro que necesitaría el tratamiento de este problema.
De momento nos encontramos ante la costumbre tan española de decir a los demás lo que debemos comer o fumar, o lo que nos tiene o no que molestar. Supongo que los que afirman que un crucifijo no molesta a nadie habrán hecho un estudio sociológico profundo para llegar a tal conclusión porque si no, no se entiende de dónde sacan los argumentos para realizar afirmaciones tan tajantes. Pues resulta que a algunos si que nos molesta, y bastante, que se pongan crucifijos en las escuelas públicas. Los que nos educamos en los colegios franquistas y todas las mañanas teníamos que rezar el padrenuestro y cantar el Cara al Sol delante de la foto de Franco y el crucifijo no tenemos demasiados buenos recuerdos de aquello y nuestra inmadura mente infantil asocia una cosa con otra, así que cada vez que vemos un crucifijo colgado en la pared encima de un pizarra inmediatamente vemos a su lado el retrato del dictador y eso es algo que, se me reconocerá, no resulta demasiado agradable. A aquellos a los que el maestro, antiguo chusquero de la Legión, nos pegaba con la regla en la cabeza –y que levante la mano al que el maestro no le haya pegado nunca con la regla en la cabeza- y entre lágrimas lo único que alcanzábamos a ver era el crucifijo encima de nuestras testas maltratadas supongo que se nos reconocerá el derecho a sentirnos al menos un poco molestos cuando vemos hoy en día crucifijos colgados en las aulas de nuestras escuelas. A lo mejor soy un resentido, pero al menos a mí me molestan los crucifijos.
Después está la cuestión del simbolismo de la cruz. Como significante es un cadáver clavado en uno de los instrumentos de tortura más horribles que haya concebido jamás la mente humana y eso no parece que resulte demasiado edificante. Si a mí se me ocurriera colgar de una pared de un aula de niños de seis años la foto de un ahorcado, de un fusilado, de un quemado en la hoguera o de un torturado, a todo color y sin escatimar detalles, enseguida se me llamaría al orden, y con razón. De todas formas, como estamos ante un símbolo, lo que cuenta no es tanto el significante como el significado. Y el significado de la cruz es la idea de que sólo el sufrimiento nos conducirá a la salvación. El dolor más extremo, la mortificación hasta la muerte de nuestro cuerpo es lo que tiene valor a la hora de salvar nuestras almas. Sólo aquellos que se hayan sometido sin dudarlo a los tormentos más indescriptibles serán santos y estarán sentados a la derecha de Dios Padre el día del Juicio Final. Se que se me dirá que ese sufrimiento tiene como objetivo el amor, y que es el amor lo que nos salva, y no el sufrimiento. Desde luego yo entiendo que el amor es otra cosa que castigar tu propio cuerpo y sufrir dolor, ahora bien, comprendo que aquellos que maltratan y asesinan a sus mujeres por amor estén del todo de acuerdo con esta afirmación. En todo asociar el amor con el dolor tiene un nombre: se llama masoquismo y está catalogado como una perversión sexual. Por supuesto que cualquiera tiene derecho a tener las perversiones que quiera y a hacer con su cuerpo y con su sexualidad lo que le de la santa gana, pero no creo que enseñar esto a niños pequeños resulte muy educativo. Yo no tengo hijos, pero si los tuviera no me gustaría nada que en una escuela pública, que estoy pagando con mis impuestos, les enseñaran semejantes cosas. De todas formas, y para terminar, lo que ya resulta desesperante es que para decir algo de tanto sentido común como que la religión es algo personal de cada uno que no se puede imponer, que el Estado es aconfesional y que poner crucifijos en las escuelas es anticonstitucional sean necesarias tantas palabras. Así nos va.

1 comentario:

Espe dijo...

Efectivamente yo tambien creo (creo, no opino) que se debería zanjar la discusión en el artículo de la constitución que toma este estado como laico.
A mi sinceramente no se me ha dado el caso de encontrar en mi aula un crucifijo, pero me pareza que en poco tiempo acabría panza abajo... lo cual no defiendo, al igual que no defiendo el encontrar una forma de tortura tal escenificada en mi clase.
Cada uno hace con su religión lo que le da la gana de forma privada y educada. no pública e inquisidora.

Un saludo. Espe.