jueves, 3 de junio de 2010

El FMI y la deslegitimación de la Democracia

 En este país no tenemos arreglo. Seguimos a vueltas con los funcionarios y sus rebajas de sueldos. Como si ese fuera el meollo del momento político que estamos viviendo, como si todo se redujera a 200 euros más o menos. Todavía no nos hemos enterado de nada. Somos incapaces de ver que lo que nos estamos jugando en este envite no es una televisión de plasma más o menos, o que los empleados públicos se fastidien o no. Lo que nos estamos jugando es ni más ni menos que el mantenimiento, no ya del Estado del bienestar, que ya desde los ochenta está siendo defenestrado, sino la supervivencia del propio sistema democrático.
 Según todas las teorías políticas liberales-no vamos a entrar en otras líneas ideológicas, puesto que lo que aquí se ventila es su propia concepción- la democracia supone que el poder reside en el pueblo y éste, periódicamente, lo entrega a unos representantes que se encargan de administrarlo, de tal forma que si esa administración no es del agrado del pueblo, único depositante soberano del poder, pueden arrebatárselo en una posterior elección. Esa es la teoría, y es como más o menos, con altibajos, han funcionado las cosas hasta ahora. No es el sistema perfecto pero, como dijo Churchill, es el menos malo de todos los sistemas. Esta teoría supone, por lo tanto, un pacto o contrato social entre la sociedad civil y el gobernante, según el cual éste último, que no es más que un representante de ese poder popular, tiene obligación de gobernar para esa sociedad civil, y si no lo hace, si rompe el pacto, puede y debe ser revocado. A lo que estamos asistiendo no es ya sólo a la ruptura definitiva del contrato social, sino a su liquidación. Cuando los gobernantes ya no actúan a los dictados del pueblo que los ha elegido, sino al de los mercados; cuando los Gobiernos de los Estados sólo obedecen a la voluntad soberana del FMI, que se atreve incluso a decirles como tienen que gobernar, pasando por encima de la voluntad popular y de la teoría y la práctica democráticas mismas. Cuando la globalización ha llegado a tal extremo que ha superado las barreas de la economía y se escora hacia un gobierno mundial totalitario y absoluto, donde los ciudadanos no son más que resortes de una máquina aparentemente bien engrasada cuyo objetivo es obtener cada vez más beneficios económicos, la democracia ha perdido su razón de ser, es sólo una palabra o, en el mejor de los casos, una tapadera para continuar manteniendo en las mentes de los sujetos la ilusión de que son libres, autónomos y capaces de decidir su destino.
 Lógicamente, esta situación se ha ido forjando poco a poco, no es algo que aparezca de golpe hace un par de años. Comienza en los últimos añoos ochenta, cuando el “Anticristo” Gorbachov y el organista polaco Wojtila (unos de los personajes políticamente más nefastos de todos los tiempos) desmontan la Unión Soviética. El problema, empero, no es tanto el desmantelamiento de la URSS, sino la liquidación consiguiente del sistema de bloques. Las grandes corporaciones que ejercen el poder económico en Occidente, y que habían tenido mucho cuidado de no tocar las bases del Estado democrático del bienestar, para impedir que las masas obreras occidentales se lanzaran en brazos del comunismo soviético, ven la puerta abierta para empezar a desmontar ese sistema, puesto que ya no hay un contrapoder que mantenga el equilibrio, ya no existe un enemigo real, y pasan al contraataque, no ya meramente económico, sino político. Como dijo Warren Buffet, uno de los individuos más ricos del mundo, “efectivamente hay una guerra de clases, y es mi clase, la de los ricos, la que la está ganado”.

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