jueves, 10 de junio de 2010

Justicia y testimonio de los sentidos

 Hace unos meses uno de los ínclitos personajes que pueblan la magistratura española nos regalaba con un caso que hubiera hecho revolverse en su tumba al mismísimo Platón. Y digo Patón porque el asunto constituye una muestra palpable del enfrentamiento entre doxa y episteme, entre opinión y ciencia, entre testimonio de los sentidos y conocimiento verdadero. Si para el filósofo griego la Justicia debía caer del lado del conocimiento verdadero –como habitante del mundo de las Ideas- en las circunstancias que nos ocupan lo hizo del lado de la opinión y del testimonio de los sentidos, con el agravante de que la propia ciencia se vio desplazada por la susodicha opinión. En resumen, el acontecimiento a que me refiero es el siguiente: un individuo pasó varios años en la cárcel acusado de violación tan sólo por la declaración de un testigo que dijo haberle visto cometiendo el delito, aun cuando las pruebas de ADN –la ciencia- le exculpaban. Lógicamente, y puesto que la ciencia es ciencia y el conocimiento verdadero es conocimiento verdadero, este señor resultó ser inocente. Curiosamente, nadie ha pedido cuentas al testigo que le acusó ni al juez que le condenó. Al fin y al cabo el primero sólo dijo lo que vio (o creyó ver) y el segundo se fió de lo que el primero dijo que había visto. Se concedió infalibilidad a la opinión, al testimonio de unos sentidos engañosos.
 Este procedimiento no es un caso aislado, sino que resulta más bien un protocolo habitual en la administración de justicia. No será la primera vez ni la última que informes médicos o periciales, es decir, científicos, son considerados secundarios frente a las versiones distintas de distintos testigos o las declaraciones contradictorias de una víctima y su agresor. De esta forma una víctima con un informe médico a su favor puede ver como su agresor escapa impune de la alargada –pero tonta- mano de la justicia, porque su versión de los hechos no coincide con la éste, lo cual, dicho sea de paso, es algo bastante lógico. Precisamente para esto existen los jueces y los tribunales: para establecer la verdad por encima de dos opiniones o versiones que necesariamente han de resultar contradictorias. Y si las opiniones resultan contradictorias y no es posible, por tanto, establecer sobre ellas un conocimiento objetivo de los hechos, entonces hay que acudir a la única verdad objetiva de la que nos podemos fiar: la de la ciencia.
 Supongamos el caso hipotético, pero cada vez más frecuente, de una mujer maltratada. Supongamos también que existe un informe médico que avala las lesiones sufridas por ésta. En un juicio, el agresor negará los hechos de los que se le acusa, mientras que la maltratada los afirmará. ¿A quién hacer caso entonces?. Al informe médico. No existe otra salida racional. Si se aduce que las lesiones descritas en éste han podido ser causadas por otra razón que no sea el maltrato directo, entonces se está interpretando la ciencia, estamos de nuevo en el campo de la opinión. Y la primera víctima, como ya dijo hace muchos años el mismo Platón, será la propia Justicia.

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