jueves, 1 de julio de 2010

Si estamos en huelga, estamos en huelga

 En los Mínima Moralia Adorno se pregunta dónde está el proletariado. Desde luego, y hasta dónde podemos saber, no está en las barricadas, que es dónde debería. En el modo de producción capitalista (ese en el que vivimos) los medios de producción son propiedad del empresario, mientras que la fuerza de trabajo es propiedad del trabajador. Como los medios de producción sin fuerza de trabajo no sirven para nada, el empresario se ve obligado a ponerlos en manos de los trabajadores para que cumplan su función de generar beneficios y capital. Ahora bien, esta necesidad del sistema es a la vez lo que constituye la fuerza de la clase trabajadora, pues al tener bajo su control los medios de producción pueden paralizarlos en cualquier momento, paralizando así también la generación de plusvalía, de capital y colapsando el propio sistema. En estas premisas tan simples se fundamenta una huelga: en paralizar los medios de producción (todos aquellos que produzcan beneficios para el empresario). Por ningún lado aparece aquí la idea de servicios mínimos ni nada por el estilo. Los servicios mínimos se justifican porque los propios huelguistas consideran que paralizar determinados medios de producción puede causa perjuicios al resto de la clase obrera. De esta manera, dichos servicios mínimos hacen referencia tan sólo a servicios esenciales. No existen huelgas salvajes: existen huelgas bien hechas o pseudohuelgas que no sirven para nada
 Desde estos presupuestos tan básicos, repito, parece evidente que el Metro no es un servicio esencial (porque uno se puede desplazar en autobús, en coche, en taxi, en tren, en bicicleta, en patinete o andando), como puede serlo la policía, los bomberos o las urgencias de un hospital, por lo cual no parece necesario establecer servicios mínimos en el Metro (como tampoco lo es establecerlos en un colegio, por ejemplo). Y mucho menos cuando esos servicios mínimos están siendo utilizados por las empresas y los gobiernos que les sirven como un método de reventar cualquier huelga. Los servicios mínimos, en la actualidad, no se pactan, se imponen por parte de las empresas y la Administración. Y cuando en un servicio tan poco esencial como el Metro se imponen unos servicios mínimos del 50% de la plantilla (mucho más del servicio que se presta, por ejemplo, un día festivo) entonces lo que está intentando la empresa es reventar la huelga, y no dar un servicio a la ciudadanía.
 Esto parece sencillo de entender. Y sin embargo no se entiende. Y no por parte de los empresarios, que saben perfectamente a lo que están jugando, sino por parte de los ciudadanos, de los proletarios. Así que volvemos a la pregunta del principio: ¿Dónde está el proletariado?. Es evidente que el proletariado como clase en sí existe. Y cada vez más si se define como aquella clase explotada por la clase dominante. Lo que no parece tan claro es que exista como clase para sí, que tenga conciencia de su propia situación como clase obrera, conciencia de clase. Sólo así se explica que los usuarios del metro, en vez de cargar contra quien deberían, que es la Empresa y el Gobierno del PP de la Comunidad de Madrid, que le ha rebajado el sueldo a unos trabajadores como ellos, lo hagan contra los obreros. Siempre es fácil atacar al débil, en vez de a los verdaderos culpables. Porque si hay déficit estatal, porque si hay una crisis de deuda, porque si se rebajan los sueldos de los trabajadores es porque los gobiernos se han dedicado a regalar dinero a los bancos, que son los que han creado toda esta situación, y ya va siendo hora de que esto se diga. Pero es que además este ataque se produce aduciendo que los trabajadores del Metro están defendiendo unos supuestos privilegios: cuando un derecho de todos los trabajadores (el derecho a un trabajo estable y a un sueldo digno) se confunde, por parte de los propios trabajadores, con un privilegio, es que algo funciona mal, muy mal. O muy bien, según se mire: porque todos esos que tanto se quejan de que los trabajadores del metro no les permiten llegar a su ración diaria de explotación, unas horas más tarde gritan como energúmenos delante de un televisor porque juega la selección española. Y seguramente al día siguiente ya no se acuerden de que su jefe les puede bajar el sueldo en cualquier momento, de que tienen un trabajo de mierda con un salario de mierda, de que son candidatos a engrosar las filas de los cinco millones de parados, de que no son más peones bien enseñados del sistema: no, lo único que se les queda en su cabeza es que España ha ganado el partido. ¿Dónde está el proletariado?, en un bar viendo el fútbol.

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