lunes, 13 de diciembre de 2010

Privilegiados

 Que el lenguaje configura la realidad es una idea tan antigua como la Filosofía. Las perversiones del lenguaje, entonces, suponen una perversión de la realidad. En los estamentos de poder esto es algo que se tiene muy en cuenta y Orwell ya lo dejó ver cuando introdujo en su obra 1984 el concepto de “neolengua”. Hoy en día estamos asistiendo, de nuevo y una vez más, a la subversión de la semántica de un término, cuando ya se han subvertido otros como “libertad” y “democracia”. La palabra “privilegio” siempre se ha asociado con el estatus social de una clase dominante que vivía a costa de todos aquellos que no poseían sus privilegios (ya fueran de sangre o de fortuna) y que se veía obligada a ganarse su pan –y el de los privilegiados- con el sudor de su frente. Estos privilegios normalmente tenían un origen divino –el gobernante lo era por la gracia de Dios- hasta que a partir del desarrollo del capitalismo pasaron a asociarse a la capacidad de un individuo para generar capital en su propio beneficio –la hoy llamada “iniciativa emprendedora”-. Lo que está ocurriendo actualmente es que se está tendiendo –y no por casualidad- a confundir el término “privilegio” con el término “derecho”. Así, los derechos laborales conseguidos a costa de tanto esfuerzo y tanta sangre son considerados -por parte incluso de gobiernos supuestamente socialistas, que deberían saber, si es que realmente lo son, la diferencia entre ambos términos- como privilegios. Derechos que incluso figuran en la Constitución como tales, como el derecho a un trabajo estable, a una vivienda digna o a un salario que cubra las necesidades básicas, son considerados privilegios por el gobierno del PSOE, que no duda en utilizar todas las herramientas a su alance para neutralizarlos.
 Aun así, en España se pueden encontrar varias castas privilegiadas que, curiosamente, no coinciden con los parámetros que usa el Gobierno. Para empezar, y por definición, los primeros privilegiados que existen en nuestro país son el Rey y toda su familia -insisto, por definición un Rey tiene privilegios por el hecho de ser Rey y éstos son los que le permiten serlo-. Después tenemos a los cardenales, arzobispos, obispos y sacerdotes de toda laya que viven –estupendamente- a costa del dinero que este Gobierno tan empeñado en eliminar los privilegios tiene a bien regalarles. Qué decir, siguiendo con nuestra enumeración de las casta privilegiadas, de los políticos, individuos e individuas sin ninguna preparación cuyo único mérito ha sido saber medrar, que no han trabajado en su vida y que se lo llevan muerto –hasta que ellos mismos se mueran- sólo porque el jefecillo de turno les ha hecho el favor de incluirles en una lista cerrada que la población se ve obligada a votar. Y en cuanto a su supuesta vocación de servicio a la sociedad, el ejemplo más reciente lo tenemos en el señor Montilla, que en cuanto ve que se aleja del poder, y de los privilegios que supone, dimite de todos sus cargos, incluido el de Diputado que, uno piensa, es un mandato popular. Privilegiados son los empresarios y los banqueros que, cuando las cosas van un poco mal, exigen al Estado que sufrague sus bonus y sus jubilaciones millonarias a costa del dinero de todos los que tienen el “privilegio” de trabajar. Privilegiados, en fin, son todos aquellos –pseudo periodistas, famosetes y caraduras en general- que viven del cuento y de su cara bonita y, eso si, son los primeros en acusar de privilegiados a los que se parten la espalda para pagar una hipoteca. Así que si el señor Rubalcaba quiere de vedad acabar con los privilegios, ya tiene por donde empezar.

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