lunes, 18 de julio de 2011

La Deuda

 Si hacemos una labor fenomenológica y eliminamos toda la metafísica que rodea a la cuestión de la deuda soberana de los países –que tiene tan sólo la función de despistar y hacer creer a la gente que estamos ante una ciencia arcana y esotérica- ésta se reduce a una simple operación de compra y venta. Los Estados necesitan dinero y lo piden prestado y los prestamistas –los ahora llamados inversores- deciden el interés que se ha de pagar por esos préstamos. Eso es comprar deuda y lo que se dirime en las famosas subastas es el interés que conviene a los que van a comprarla. Lo que no se acaba de entender es por qué los vendedores –los Estados- no se plantan en un momento dado y no aceptan rebajas en el dinero que reciben –a mayor interés, menos valor tiene el dinero prestado, pero más el dinero devuelto- más allá de un determinado punto. Como en cualquier operación de comercio se supone que tanto el comprador como el vendedor necesitan algo: el comprador el objeto comprado (en este caso el dinero) y el vendedor el precio que recibe a cambio de ese objeto. Es como si usted se va a comprar unos pantalones que cuestan 50 euros. Se supone que los necesita, y el vendedor necesita vendérselos. Puede usted regatear con él –más si los compra en un mercadillo, menos si los compra en el Corte Inglés (esta es la prima de riesgo: tiene menos El Corte Inglés que el mercadillo)- pero llegará un momento en que el vendedor no rebaje más el precio, y si usted de verdad necesita los pantalones, no tendrá más remedio que aceptarlo. Lo más perverso de este sistema es que los principales inversores (prestamistas) son los bancos, que están prestando a los Estados el mismo dinero que ellos les regalaron en su momento y que precisamente porque se lo regalaron, ahora se ven obligados a pedirlo prestado.
 En estas tesituras a Europa sólo le quedan los salidas: o bien funciona realmente como una unión, pone todo el dinero al mismo precio y da a los Estados más deficitarios las cantidades que necesitan sin pedirles nada a cambio –que es algo que ya se ha hecho con los bancos y las empresas, que no se olvide-. Es decir, que todos ponen los pantalones al mismo precio y después se reparten los beneficios para ayudar al que venda menos. O bien la Unión Europea se separa definitivamente y cada uno se va por su lado. Y los que tengan un poco de vista adoptan los sistemas de las economías emergentes, es decir, sistemas mixtos de economía de mercado con intervención estatal en los sectores estratégicos y una fuerte inversión social, dejando previamente de pagar los intereses de la deuda. Esto es lo que hay.

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