lunes, 11 de julio de 2011

Grecia

 Resultaría curioso que la civilización occidental, que empezó en Grecia, terminara también allí, al menos tal y como la conocemos. Nos hemos hartado estos días de ver como todos los medios anunciaban que si el parlamento griego no aceptaba las condiciones del FMI y de la UE para su nuevo rescate nos encontraríamos ante una situación catastrófica para la economía mundial y para el sistema mismo. Y yo me pregunto que tendría eso de malo. En todo caso esa situación sería catastrófica para los mercados financieros y para los políticos que viven de ellos. Que a nadie le quepa duda que si este sistema económico se va al garete serán muchos los que salgan ganando. Entre ellos los miles de manifestantes griegos que se han dado cuenta que las medidas que se les pretenden imponer a base de recortes sociales, subidas de impuestos y privatizaciones de las empresas públicas para quien resultan catastróficas son para ellos. Quizás Grecia se haya salvado de un desastre financiero, pero se ha provocado un desastre social del que tardará mucho tiempo en recuperarse, si es que alguna vez se recupera. No hace mucho Santiago Auserón escribía en "El País" que no era Grecia quien le debía nada a Europa, sino al contrario, Europa quien se lo debía todo a Grecia, porque sin ella no existiría. Como también decía, muy acertadamente que si se echaran cuentas entre el dinero que Grecia tiene que pagar de deuda externa y los millones que el resto de Occidente le debe en concepto de derechos de autor por ser la cuna de todo lo que conocemos como cultura, el balance sería indudablemente favorable para ella.
 Y el caso es que las medidas que se pretenden aplicar en Grecia son las mismas que se aplicaron en los años ochenta en América Latina y que resultaron un completo fracaso: sólo provocaron hiperinflación, miseria entre la población y que unos cuantos se hicieron mucho más ricos de la que ya eran. Son esas medidas que los ahora llamados “países emergentes” como Brasil, acabaron desestimando para aplicar políticas económicas sociales, que son las que están dando resultados (por ello esos países son emergentes). Y que a nadie se le olvide que para que las medidas dictadas por el FMI y los grandes mercados pudieran ser llevadas a cabo fueron necesarios golpes de estado y dictaduras especialmente crueles como pasó en Chile, Argentina, Uruguay o el mismo Brasil. Ahora que las cosas se han torcido por aquellas latitudes el FMI ha vuelto sus ojos hacia Europa. Y los países europeos, tan orgullosos de sus democracias, le han abierto las puertas de par en par. Que Dios (o alguien) nos coja confesados. A no mucho tardar nos encontraremos con la paradójica situación de que lo que antes llamábamos, con un cierto tufillo de desprecio, “Tercer Mundo” se ha convertido en el primero y nosotros bajaremos a esa tercera división. Y si no al tiempo.

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