lunes, 4 de julio de 2011

Violencia, democracia y esquizofrenia

 Intentar robarle el perro a un ciego está mal. Quitarle a un ciudadano su casa y su trabajo también está mal. Ambas son formas de violencia o ninguna lo es. Y a veces la violencia puede resultar necesaria. Estamos de acuerdo en que lo fue en 1939 para defender la libertad de Europa ante las agresiones fascistas. Y deberíamos estarlo en que lo es para defender la libertad de los individuos ante las agresiones de los mercados. Por mucho que diga la señora Esperanza Aguirre no es ella quien tiene que darme libertad. La libertad es mía, es lo que me caracteriza como individuo y como ciudadano y seré yo el que luche por ella. Si la señora Esperanza Aguirre dice que me va a dar libertad es porque me la ha quitado previamente –repito, mi libertad es mía, así que si ella me la puede devolver es porque en algún momento me la ha arrebatado- y entonces es ella la que genera violencia. No, la señora Esperanza Aguirre no tiene que darme libertad. Lo que tiene que hacer es darme una educación y una sanidad dignas. Lo que tiene que hacer la señora Esperanza Aguirre es gobernar para los ciudadanos y no para sus amigos. De la misma forma el señor Cayo Lara tiene todo el derecho del mundo a manifestarse para evitar un desahucio. También tiene, como líder político, el deber de poner todos los medios –desde su organización- para que no se produzca. Si como líder político no ha cumplido su deber y ahora como ciudadano reivindica su derecho el señor Cayo Lara se está aprovechando de la situación. Exige como ciudadano lo que no ha hecho como político. Es él el que genera violencia.
 El reciente sitio del Parlamento catalán fue una metáfora perfecta de la realidad, en este caso política. Dejando aparte la supuesta violencia que se manifestó, o si fue provocada por infiltrados de la policía o por radicales antisistema, porque no es este el caso (es tan sólo una cortina de humo que oculta una realidad más profunda) lo que se pudo apreciar fue el enfrentamiento de dos realidades, cada una de las cuales exige para sí la calificación de auténtica realidad. Fue sintomático observar a los representantes del pueblo rodeados por aquellos a los que dicen representar. Y fue sintomático ver como lo que éstos pedían era precisamente que les representaran, es decir, que escucharan sus protestas. Si el poder reside en el pueblo entonces, en aquel momento, el poder estaba rodeando el Parlamento catalán, que se supone que es la sede de ese poder. El poder se diversificó, se quebró, se convirtió en una estructura esquizofrénica. Y esa es la realidad que vivimos: dos realidades enfrentadas. Ese es el meollo del asunto, no la violencia ejercida. La violencia ya se ha ejercido –y de forma democrática- cuando se ha quebrado el poder.
 No es de extrañar que todas las fuerzas políticas reaccionaran a la vez y de la misma forma. Su discurso fue monolítico desde su lado del poder. Ellos son los representantes de la soberanía popular. Los ciudadanos les han entregado el poder, y atacarles a ellos es atacar al poder soberano. Atacar a los políticos es atacar a la democracia. Su discurso fue monolítico, si, pero también esquizofrénico, porque el poder en nombre del que decían actuar era el de aquellos que les pedían que no actuaran de esa forma. Se presentaban a sí mismos como representantes de aquellos que les negaban la representatividad. Se enfrentaban a aquellos en cuyo nombre decían obrar. La democracia, entonces, estaba debajo de los helicópteros.
 Pero todo esto no fue más que la consecuencia del gran error cometido por los que estaban fuera. El error de votar, de otorgarles esa representatividad. Cualquiera con un poco de visión global sabía que esto iba a suceder. Si no se quiere entrar en el mismo terreno político que se denosta no hay que hacer propuestas, tan sólo hay que protestar. No hay que quebrar el poder, hay que retenerlo. Esto, y no otra cosa, es lo que habría que tener en cuenta en las próximas elecciones generales, si no se quiere condenar a la democracia a una esquizofrenia eterna.

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