lunes, 20 de junio de 2011

Idiotizando

 Si alguien vio los noticiarios televisivos de hace unos cuantos domingos coincidirá conmigo en que eran lo más parecido al NODO que se ha visto últimamente. Si no fuera porque en el calendario dice que estamos en el año 2011, y en los libros de texto que España es una democracia constitucional, uno pensaría que habíamos vuelto a los mejores tiempos de la dictadura franquista. Y es que en los susodichos telediarios tan sólo se trató de fútbol, del Ejército y de toreros. De fútbol porque el Barcelona había ganado la Copa de Europa, que ya me contarán a mí qué interesa eso a nadie, en todo caso a los protagonistas que habrán conseguido unos cuantiosos beneficios mientras un montón de borreguitos se olvidaba de su mísera existencia y se identificaba con sus mitos, como si eso les fuera a solucionar algo. Del Ejército, porque era el Día de las Fuerzas Armadas y como de costumbre nos regalaron un desfile militar -imagino que para que los que no fueran aficionados al club campeón de Europa también se pudieran identificar con algo-, seguramente pagado con los recortes del sueldo de los funcionarios y de los servicios sociales, para que nuestro querido monarca y su vástago pudieran lucir el uniforme de turno. Una parada militar, a mi entender, puede tener dos significaciones: o bien es una celebración de la liberación de la nación o bien es una demostración de fuerza a la población, un aviso de que más les vale no sacar los pies del tiesto. Habida cuenta de que este país nunca ha sido liberado de nada excepto de la Ilustración, allá por 1808, que cada uno saque sus propias consecuencias.
 Y de toreros, exactamente de uno que se casó con una folclórica -qué bonito es el costumbrismo- y que se encuentra, o se encontraba, es estado critico después de un accidente de trafico. Bien está recordar a los que sufren, no digo yo que no, pero tampoco hubiera estado de más que alguien se acordara de que el accidente lo causó el susodicho torero por circular a más velocidad de la debida y que su imprudencia costó la vida a un ciudadano anónimo del que nadie hace mención. Si hubiéramos sido usted o yo tendríamos a dos policías en la puerta de la UCI y, en caso de que sobreviviéramos, no saldríamos de la cárcel en el resto de nuestras vidas.
 Y es que la mejor manera de que la gente obedezca y no proteste más allá de lo mismamente imprescindible es idiotizarla. Cuanto más mejor: bastaría como prueba el actual sistema educativo. Para ahondar más en el tema tenemos el magno diccionario biográfico que recientemente ha editado la Real Academia de la Historia, con ínfulas de convertirse en referencia obligada para la investigación historiográfica en nuestro país. Lástima que la citada obra no esté a la altura de sus pretensiones –ni de las circunstancias tampoco-. Porque para leer lo que nos repetían hasta la saciedad cuando íbamos al colegio los que ya peinamos canas no hacían falta estas alforjas. El señor Luis Suárez –aclarémonos para no contribuir más a la idiotización: este señor Luis Suárez no es el famoso futbolista y entrenador- podría haber escrito una entrada adecuada, incluso brillante, sobre Isabel la Católica, que es su especialidad. Pero a un historiador franquista como él difícilmente se le puede pedir objetividad escribiendo sobre Franco. Y esto lo deberían saber los que le han encargado dicha entrada. Así que la culpa no es sólo suya,. De la misma forma que el señor Stanley G. Payne en su momento escribió una obra de referencia sobre el fascismo español. Pero su deriva ideológica de los últimos tiempos no le convierte en el más indicado para escribir sobre La Pasionaria. Llama la atención que a los especialistas de más reconocido prestigio en el tema de la Guerra Civil, como Paul Preston, Ángel Viñas, Luis Casanova, Ernesto Reig Tapia o Enrique Moradiellos, por citar algunos, nadie les haya encargado escribir una sola coma del tan celebrado diccionario. Pero sobre todo llaman la atención la excusas de los que han perpetrado dicha obra. Las del propio Luis Suárez, que afirma que el régimen de Franco fue autoritario, pero no totalitario, como si eso sirviera de consuelo a los que lo sufrieron –calificación errónea, además, puesto que según el Diccionario de la RAE “totalitarismo” se define como “régimen político que ejerce fuerte intervención en todos los órdenes de la vida nacional, concentrando la totalidad de los poderes estatales en manos de un grupo o partido que no permite la actuación de otros partidos”, es decir, franquismo. O diciendo que Franco no era un dictador porque nunca “dictó” nada. Así que yo, que algunas veces dicto algún apunte en clase soy, según la semántica particular del señor Suárez, un “dictador”. O las declaraciones del presidente de la Real Academia de la Historia, para quien tres años de Guerra Civil y cuarenta de dictadura son una “insignificancia”. No es de extrañar que esta obra la presentara el Rey: ya declaró en alguna ocasión que no consentía que en su presencia se hablara mal de Franco. Lógico, porque fue el que le puso donde está.

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