viernes, 21 de febrero de 2014

Educación


  La educación es uno de los elementos claves en el desarrollo de cualquier sociedad. Un grupo social sólo es tal –y no un conjunto de individuos aislados- si sus miembros comparten las mismas normas y los mismos intereses básicos, es decir si han sido educados dentro de esa sociedad. La educación, así tiene un componente importante de socialización. A los individuos se les educa para vivir en sociedad, no para aislarse de ésta, aunque esto no signifique necesariamente que la educación de los ciudadanos tenga como objeto despersonalizarles. Al contrario, será de la educación que los sujetos reciban como se formará una sociedad u otra –y también, la viceversa: determinadas sociedades educarán a sus miembros de diferentes formas-. De hecho, una sociedad democrática necesita sujetos autónomos e informados, y por ello su estructura educativa debe dirigirse a ese fin, al menos si quiere seguir siendo una sociedad democrática. En resumen, es la sociedad en su conjunto la que tiene la responsabilidad de educar a sus miembros –de ahí el famoso adaggio supuestamente africano de que “para educar a un niño hace falta toda una tribu”-, pero, por otro lado, una sociedad democrática tiene la necesidad de educar a sus miembros en la autonomía personal.
 La idea de educación aparece por primera vez en la antigua Grecia y estaba íntimamente relacionada con el concepto de polis. La Paideia consistía en la formación de ciudadanos libres que pudieran participar en la vida social y política, por eso su objetivo último era la politeia, el gobierno de la ciudad. De ahí que Platón desarrollara un ideal político en el cual la educación era la piedra angular, educación que era regulada y organizada alrededor de ese ideal social y que era impartida por la propia sociedad –los niños, al nacer, dejaban de ser hijos de sus padres, eran separados de éstos y pasaban a ser responsabilidad de toda la polis-. Concepción ideal que, por cierto, se diferenciaba muy poco de la que Esparta llevaba a cabo de forma efectiva y que era, dicho sea de paso, la que permitió a Esparta mantener las antiguas virtudes y evitar la decadencia en la que se había visto envuelta Atenas, lo que llevó a la primera a derrotar a la segunda en la guerra del Peloponeso.
 Esta concepción de la educación como formación integral de los ciudadanos, entendida como la necesidad social de formar individuos libres, autónomos e informados, es la que vuelve a tomar fuerza en la Ilustración, concepción que se resume sobre todo en el pensamiento de Kant (influenciado en este aspecto por Rousseau) y sus ideas del sapere aude –atrévete a pensar- y de que el llamado Siglo de las Luces es una época de Ilustración, pero no una época ilustrada. La deriva posterior de la Ilustración hacia el desarrollo del capitalismo, haciendo prevalecer una visión instrumental de la Razón frente a una concepción de la misma como razón crítica, va a hacer que en el siglo XIX la consideración de la razón cambie de forma radical, y frente a algunos intentos –a veces heroicos- de entender ésta como formación de los ciudadanos –en España, por ejemplo, en la Institución libre de Enseñanza- la educación pase a ser sinónimo de “buenas costumbres”. En efecto, la sociedad burguesa del XIX considera educada a aquella persona que conoce las convenciones sociales y las cumple, y no a aquella que sigue las recomendaciones kantianas. La sociedad capitalista no necesita individuos que piensen por sí mismos, sino sujetos que obedezcan y se integren sin rechistar en la maquinaria de producción. Es en este sentido en el que hay que entender todas las reformas educativas que se han venido dando en España en los últimos veinte años.
 Paradójicamente el desarrollo de la sociedad capitalista ha hecho periclitar también esta idea de educación, de tal forma que hoy en día han desaparecido tanto una como otra. Seguimos viviendo en una sociedad de ilustración pero no ilustrada, como denunciaba Kant en su momento, pero con el agravante de que ahora nadie da los buenos días. 

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