lunes, 10 de febrero de 2014

Religión / y 2.


 Terminábamos el artículo anterior diciendo que la magia y la ciencia poseían el mismo fundamento: la inmutabilidad de las leyes naturales, mientras que la religión se fundamentaba en la idea contraria: la concepción de que las leyes naturales podrían ser cambiadas a voluntad de la divinidad o por del sacerdote que le sirve de intermediario y que le invoca a través del ritual. Así, de la misma manera que la religión aparece como sustituto de la magia, la ciencia se va a desarrollar como una explicación alternativa a ambas, aunque, por sus principios, esté más cercana a la magia que a la religión. De hecho, la ciencia, en muchas ocasiones, surge de la magia, como surgió la química de la alquimia, por ejemplo; la magia no es otra cosa que una ciencia equivocada, o una ciencia que no comprende de forma correcta, racional, los principios sobre los que se fundamenta. La religión, sin embargo, al fundamentarse en principios opuestos a los de la ciencia ha aparecido históricamente como enfrentada a ésta, fundamentalmente dese que el desarrollo de la ciencia a partir de la Revolución científica de los siglos XVI y XVII ha ido ocupando cada vez más el campo de la religión, dando respuestas a problemas que antes sólo podrían ser explicados por hipótesis religiosas y haciendo cada vez más ocioso o inútil el ritual religioso como favorecedor de la vida humana. De hecho, hoy en día son pocos –aunque todavía quedan algunos- los que consideran que es preferible rezar en misa que acudir al médico para curar una enfermedad, de la misma manera que son pocos –aunque todavía quedan- los que consideran que alguna fuerza mágica presente en el cuerpo y el espíritu y conectada de forma simpátética con el resto de la naturaleza puede sustituir a la medicina científica.
 Vemos por tanto, como a partir del sigo XVI es la ciencia y no la magia, la que se convierte en enemiga de la religión, y son los científicos los que ocupan el lugar de los brujos en las hogueras que arden en toda Europa –y no sólo en España donde si bien es cierto que se quemaron judíos, no se quemaron científicos, como tampoco anteriormente se habían quemado brujas- . Las diferencias entre ciencia y religión se pueden situar a dos niveles –dejando a un lado las disputas de poder, o mas bien el miedo de los sacerdotes a perder el poder que les confería poder controlar la naturaleza a través de la divinidad-. A nivel de la situación mental del sujeto con respecto a la verdad  y a nivel de pretensión de posesión de esa misma verdad. En tanto posición intelectual del sujeto la religión se fundamenta en la creencia, mientras que la ciencia se basa en el conocimiento –es falso que exista una “creencia” en la ciencia, o que la ciencia se alimente de “creencias”-. De esta forma, mientras que la religión sólo necesita la convicción subjetiva del individuo para ser considerada cierta, la ciencia necesita además de pruebas objetivas que aseguren esa verdad. Es por ello que la ciencia necesita un método racional que le permita buscar esas pruebas, mientras la religión actúa a través de ritos que tienen como objetivo asegurar al creyente en sus creencias, en tanto en cuanto el rito se constituye en la forma de comunicación con la divinidad. Y, por lo mismo, es por ello que mientras que la ciencia se fundamenta en el pensamiento racional, la religión lo hace en el mito. Ninguna creencia religiosa puede ser demostrada por medio del método científico. Por otro lado, la religión se considera en posesión absoluta de la verdad, esa verdad que asegura la comunicación directa con el dios y, en los casos que se da, la consideración de pueblo elegido, lo que la convierte en dogmática por definición y, por lo mismo, en excluyente, mientras que la ciencia tiene muy claro que las verdades a las que llega son tan solo verdades provisionales, que en cualquier momento pueden perder su estatus de verdad si aparecen nuevas pruebas objetivas que las nieguen. Por ello la ciencia no es ni puede ser dogmática. Al menos si además ha de ser  buena ciencia.  

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