lunes, 28 de abril de 2014

Mito

 El mito es el primer y originario intento del intelecto humano por dar una explicación a aquellos fenómenos de la naturaleza que escapan a su comprensión y que, inicialmente, son todos o la mayoría. De esta forma, el mito no es irracional en su objetivo –buscar las causas de los hechos naturales- pero si en su desarrollo. El mito no es explicativo desde el momento en que fundamenta sus explicaciones de los fenómenos en elementos ajenos a la propia naturaleza. Su irracionalidad radica en explicar la naturaleza desde fuera de la Naturaleza, en sobrepasar los límites de ésta en su búsqueda de causas fundamentantes. Así, el mito no explica la naturaleza sino que acaba construyendo un discurso ajeno a ella, centrado en fuerzas extrañas que la superan y escapan a su control. Así concebido el mito no está sólo constituido por las narraciones tradicionales de las culturas clásicas mesopotámicas, egipcias o griegas, sino también por las religiones -sean éstas antiguas o modernas-, el discurso metafísico en todas sus formas –algo que Kant intuyó, pero no terminó de llevar a efecto al afirmar que lo racional consiste precisamente en superar los límites de la experiencia-  y también las corrientes postmodernas que postulan una quiebra de la Razón mal entendida.
 El mito, por lo tanto, que como intento de explicación de la naturaleza resulta irracional, y por lo tanto fallido, pues una explicación de los fenómenos naturales o es racional o no es explicación, sirve, en cambio, para establecer las normas fundamentales que rigen en su origen la organización social, es decir, las narraciones míticas constituyen el sustrato de usos y costumbres  del que se nutre el sentimiento de pertenencia a la tribu, el grupo, el clan o la ciudad y, además, generan las leyes prohibiciones o tabúes sobre las que se estructura.
 Esta función del mito, sin embargo, se rompe también con el surgimiento de la Edad Moderna. La escisión entre sujeto y Naturaleza y la disolución, por tanto, de la raíz de la narración mítica  que supone la simbiosis entre uno y otra. Da lugar a una nueva fundamentación de la organización social basada en el cálculo racional que se expresa en el contrato social: individuos autónomos y libres deciden unirse en una comunidad y establecen aquellas normas racionales que benefician a todos o a la mayoría , aunque una minoría resulte perjudicada. Las normas ya no emanan de una Naturaleza antropomorfizada en la costumbre, sino de la Razón como instancia a la que todos deben recurrir.
 La nueva forma de organización social racional, empero, en los últimos tiempos se desliza de nuevo hacia una fundamentación mítica. No sólo porque los referentes sociales son cada vez en mayor medida nuevos mitos  -deportivos, artísticos, televisivos, etc.- en el sentido en que son elementos que se sitúan más allá de los límites de la realidad social y pretenden justificarla, más que explicarla, desde esa posición, sino porque las propias estructuras sociales racionales se han mitificado: se han olvidado de su origen racional y por lo tanto de su contenido crítico y su potencialidad de transformación y se han cosificado en estructuras rígidas  y, por tanto, faltas de contenido. La democracia ya no es un espacio radical de debate libre, sino un mito petrificado que se materializa en el rito electoral.

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