miércoles, 1 de octubre de 2014

Dialéctica / 2

La dialéctica, tal y como la consideró Hegel, significaba el despliegue del Espíritu a lo largo de la Historia de la humanidad. Así, como dialéctica del Espíritu, forzosamente suponía, en primer lugar, que la meta, es decir, la Razón Absoluta, marcaba el desarrollo dialéctico de la realidad o, lo que es lo mismo, las fuerzas que impulsaban el movimiento de lo real no se encontraban en cada uno de los momentos de ésta, sino que estaban situados mas allá de ella, en un fin previamente existente como Espíritu Absoluto. A partir de aquí la dialéctica hegeliana adopta otras notas definitorias. Supone un fin de la Historia, una finalización del movimiento de lo real que se sitúa precisamente en el Estado Absoluto como Espíritu Absoluto que determina el movimiento y, por otro lado, y desde el momento en que es el Espíritu Absoluto o Razón el que guía la Historia, todos los momentos de ésta se justifican en esa meta a la que tiende: son las "astucias de la Razón" que hacen que "todo lo real sea racional".

      Es este conjunto de determinaciones de la dialéctica el que Marx va a negar, desarrollando una concepción materialista de aquélla -aunque la expresión "materialismo dialectico" no forme parte de la terminología del propio Marx-. Lo que va a hacer este autor es lo que, en su momento, se conoció con la expresión "poner la dialéctica de Hegel cabeza abajo". En efecto Marx va a considerar -sin apartarse aquí ni un ápice de la propia intención hegeliana- que si la dialéctica tiene algún sentido este tiene que ser explicar el desarrollo de la realidad, y ello porque la propia realidad es dialéctica. Ahora bien, si esto ha de ser así, entonces no puede estar sometida a los designios de ninguna entidad que se sitúe mas allá de la propia realidad. La realidad, si es algo, es pura materia -materia empírica, empíricamente captable- y por lo tanto el Espíritu, como entidad inmaterial se sitúa fuera de la propia realidad. El desarrollo de la realidad material no puede concluir en el Espíritu, que no es material, con lo cual quedaría excluido del movimiento dialectico de lo real. Si hay Espíritu, o bien es material y como tal se desarrolla en la realidad material -y entonces no es Espíritu- o es inmaterial y entonces queda fuera de la realidad: es Espíritu, pero no es real.

A partir de esta determinación marxista de la dialéctica surgen varias consideraciones que son, por otra parte, las que nos permiten entender la dialéctica en la actualidad o, por decirlo de otra manera, las que convergen en la dimensión actual -posmoderna si se le quiere llamar así- de la dialéctica. Obviamente, si no hay Espíritu o éste queda fuera del movimiento dialéctico, la Historia no tiene una meta definida, no hay un fin de la Historia. Es un error pensar que la concepción marxista de la dialéctica conduce necesariamente a un estado histórico real donde no exista una división social en clases, como si este estado pudiera ser considerado el final del movimiento dialectico de la Historia y, de esta manera, la materialización como Estado Absoluto del Espíritu Absoluto. El que la historia del mundo sea la historia de la lucha de clases -y aquí entramos en la segunda consideración- no significa que necesariamente cada momento histórico conduzca a una sociedad sin clases. No es la sociedad sin clases la que justifica la Historia sino al contrario, cada momento histórico se justifica en si mismo dependiendo de la carga transformadora de realidad que posea, es decir, de su potencialidad para generar una sociedad sin clases. Así, y esta sería la tercera consideración, la dialéctica marxista no es justificadora de la realidad, sino transformadora de ésta: "Los filósofos se han dedicado a interpretar el mundo, de lo que se trata ahora es de transformarlo".

No hay comentarios: