miércoles, 19 de noviembre de 2014

El último mito

No hace mucho, el fundador de Uber, el sitio web para compartir –o, más bien, para alquilar en negro- medio de transporte, dijo que de aquí a veinte años nadie tendría coche. Parece bastante obvio que si este caballero tiene razón y de aquí a veinte años nadie tiene coche, entonces nadie podrá poner su coche a disposición de nadie y su pequeño o gran negocio se vendrá abajo. Más allá de este detalle nimio quizás habría que plantearse la cuestión de que si este tipo de actitudes supuestamente “colaborativas” se institucionalizan pueda llegar a ocurrir que dentro de veinte años nadie tenga efectivamente coche, pero no porque no resulte necesario, sino porque los fabricantes dejen de hacerlos.  O bien también podría ocurrir que la ley de la oferta y la demanda haga imperar su lógica  y, al haber tan poca demanda, la oferta se ajuste a ésta, los coches sean muy baratos –de hecho, ya hay algunos que se venden por poco más de 6000 euros- y todo el mundo se vuelva a comprar uno, con lo cual nadie necesitaría compartirlo y el pequeño o gran negocio de este señor se vendría abajo.
            Viene lo anterior a colación del auge que está cobrando en la sociedad contemporánea un nuevo mito que añadir a la pléyade de los ya existentes. Un nuevo mito que se fundamenta, además, en el mito previo de que todo el mundo tiene derecho a todo y además gratis. Nos referimos al mito –o al timo, como todos en realidad- de la economía colaborativa.
            Decimos que la economía colaborativa es un mito por que no es racional. Y no es racional porque es contradictoria consigo misma, en el sentido de que si es economía no puede ser colaborativa y, de consiguiente, si es colaborativa no puede ser economía. La economía colaborativa no puede ser economía porque la economía tiene como objetivo fundamental la creación de riqueza. Si la economía colaborativa se lleva a su máxima expresión, es decir, si todo el mundo comparte lo que tiene –que es lo que yo entiendo por “colaborativa”- no se crearía riqueza, o al menos, se crearía a unos niveles ínfimos. De esta manera la economía colaborativa no podría ser colaborativa, al menos, si, además de colaborativa, quiere ser economía. Lo que quiero decir es que colaborar está muy bien, pero eso no crea riqueza para un Estado. Ni crea riqueza a nivel privado, -lo que alguien podría pensar que está muy bien, porque sería algo así como acabar con el capitalismo- ni, sobre todo, crea riqueza a nivel público. Para que se entienda bien: si no hay transacciones comerciales, si no hay dinero, no hay impuestos. Y si no hay impuestos no hay Estado: hay tribus primitivas, sociedades preindustriales y, por lo mismo, pre estatales, pero no Estado moderno. Y si no hay Estado moderno –antes de que alguien diga que estamos mejor sin Estado moderno- no hay derechos ni libertades de ningún tipo.
            Si uno lee las obras económicas de Marx –y digo de Marx porque parece ser que esto de la economía colaborativa es un invento de algunos sectores de la moderna “izquierda”- verá que en ningún sitio hay el más mínimo atisbo de eso que se llama ahora “economía colaborativa”. De hecho, si yo no he entendido mal a Marx –lo cual es muy probable- parece que más bien lo que postula es la utilización de los fundamentos materiales del capitalismo para liberar al ser humano. Esa es su crítica al capitalismo: las relaciones entre las fuerzas productivas producen la alienación del ser humano. De lo que se trata es de cambiar las relaciones entre esas mismas fueras productivas, los fundamentos materiales de la economía capitalista, para conseguir la liberación de los individuos. Pero, desde ,luego, no se trata de eliminarlos, como hacían los luditas del siglo XVIII y como me temo que pretenden muchos de los fanáticos de la economía colaborativa. De momento en Madrid ya han conseguido que los taxistas aparezcan como unos malvados capitalistas sin escrúpulos.

            En todo caso la economía colaborativa existe desde hace mucho tiempo, lo que pasa es que se llamaba de otra manera: vivir del cuento, o tener mucha cara. Y por ello, además de un mito, es un timo.

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