martes, 17 de febrero de 2015

Mal

            El problema del mal, como cuestión metafísica, hace tiempo que ha dejado de tener sentido dentro de la reflexión contemporánea, siendo sustituido por la consideración de la barbarie, como ya dijimos en otro lugar. Aún así, el tratamiento que se dio a este problema puede resultar útil para analizar algunas cuestiones políticas actuales.
            El mal como problema metafísico y moral –y no como entidad, como la existencia de un principio del mal en contraposición a un principio del bien, es decir la existencia de un diablo, de un Satanás- tiene sus orígenes en el pensamiento socrático-platónico. En efecto, Sócrates considera que todos los seres humanos están en posesión del conocimiento del bien, del tal manera que aquél que hace el mal lo hace por ignorancia: porque no ha investigado en su interior y no ha alcanzado el conocimiento del bien que ya posee o, lo que es lo mismo, no ha seguido la recomendación del Oráculo de “conócete a ti mismo”. Siguiendo a Sócrates, Platón va a considerar el bien como la cúspide de las Ideas que conforman el mundo inteligible. El mal, como imperfección que es, no puede formar parte de ese mundo y, en tanto en cuanto son las Ideas o Formas las que constituyen la auténtica realidad, el mal no sería real. Desde el momento en que las cosas obtienen su realidad de la mayor o menor participación de las Ideas, el mal no sería sino una no-participación de la idea de Bien o, lo que es lo mismo, el mal no sería sino ausencia de bien.
            Estas son las ideas que van a pasar a formar parte del corpus de pensamiento cristiano. Lógicamente. Dios no puede ser el creador del mal en el mundo, pues eso le haría a él mismo o bien malo o bien débil. El mal, así, no es más que una ausencia de bien justificada esta vez en la libertad humana –no en la no participación divina, puesto que todo participa de Dios- . El ser humano es el que decide libremente hacer el mal y no seguir a Dios. Y es para evitar esto por lo que se ofrecen unos mandamientos que, como prototipo de código moral, deberían de codificar lo que es el bien. Y esto es justamente lo que no ocurre. Los mandamiento de la Ley de Dios –como todas las normativizaciones morales- regulan lo que no hay que hacer –es decir, el mal- pero no lo que hay que hacer: no matarás, no robarás, no mentirás, no desearás a la mujer de tu prójimo (nada se dice de no desear al hombre de tu prójima). Es decir que, paradójicamente, parece que es más bien el bien lo que es ausencia de mal y no al contrario; que la idea que se tiene presente cuando se intenta normativizar el bien es la idea de mal, y el bien sólo aparece como una negación de éste. Por ello, la teología cristiana se vio obligada a dar una definición negativa de Dios, es decir, podemos saber lo que Dios –el bien- no es, pero no lo que Dios es, de la misma forma que sabemos lo que el bien no es –no es matar, robar etc.- pero no sabemos lo que es.

            Esta consideración resulta extrapolable a ciertos movimientos políticos de los cuales –como el dios medieval- sabemos lo que no son, pero no lo que son, quizás porque dicen lo que no van a hacer, pero no lo que van a hacer.

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