miércoles, 30 de mayo de 2012

Lógica y Coherencia (y 2)

 Así como la lógica hace referencia a unos criterios mínimos de racionalidad en el discurso, la coherencia tendría que ver con la racionalidad del comportamiento. Puesto que alguien puede mentir, es decir, expresar con palabras hechos que no han ocurrido ni van a ocurrir en la realidad, o engañar, decir una cosa aunque se tenga intención de hacer la contraria, la coherencia no haría referencia tanto al lenguaje o al engarce del lenguaje con la realidad –la mentira o el engaño pueden ser muy racionales- como a la relación existente entre el comportamiento y los deseos, creencias o motivaciones que lo provocan.
 Ya vimos que el discurso del PP carece de toda lógica. Pero este hecho no significa que su actuación no sea coherente. Para ello, es necesario hacerse cuenta de las motivaciones últimas que mueven este comportamiento y ver si, efectivamente, existe una concordancia entre éste y aquéllas o si el segundo es capaz de satisfacer el cumplimiento de las primeras. Como ya se ha dicho que alguien puede mentir o engañar, las causas últimas del comportamiento no pueden ser rastreables en lo que se dice, sino más bien en aquello que no se dice pero que de una u otra forma sale a la luz. Así, no hemos de creer que el objetivo último de las actuaciones –aparentemente irracionales- del PP sea el de salvaguardar la vida civil o el bienestar de los ciudadanos, como repiten una y otra vez. Si así fuera, comportamientos como no cobrar el IBI a las propiedades de la Iglesia cuando los ayuntamientos están- supuestamente- en la ruina, rebajar sueldos de trabajadores públicos mientras se gastan cantidades ingentes de dinero en promocionar eventos como unas Olimpiadas, o acusar al máximo dirigente del Banco de España de ser el responsable último de la situación de Bankia y a la vez impedirle declarar en el Congreso o evitar la creación de una comisión parlamentaria que investigue lo sucedido, mientras que el señor Rajoy y su Ministro de Economía se empeñan en negarse una y otra vez a un rescate europeo de la entidad (y de otras entidades en situaciones similares) pero no tienen ningún reparo en que sean todos los ciudadanos los que rescaten al citado banco a la vez que proponen soluciones absurdas que el Banco Central Europeo rechaza provocando que la situación económica de España sea cada vez más catastrófica, serían irracionales.
 Supongamos, entonces, por buscar una racionalidad a las acciones de unos individuos que, al fin y al cabo, no dejan de ser animales racionales, que la motivación última del comportamiento del Gobierno de España no sea la que dicen y si la de desmantelar todo el entramado económico y social del Estado, una vez que se ha asustado tanto a los ciudadanos que estos son incapaces de reaccionar, para entregarlo a la iniciativa privada, que, por otra parte, está dirigida por una gran parte de los miembros del partido en el gobierno. Es decir, pensemos, siquiera por un instante, que los intereses que mueven al Gobierno no son los generales de la ciudadanía sino los particulares de una camarilla que pretende repartirse el pastel del Estado. Entonces si que los comportamientos antes citados serían racionales. La Iglesia es –y ha sido siempre- una fiel compañera de fatigas de los afanes de rapiña de la clase que hoy gobierna España; rebajar el sueldo a los funcionarios públicos o recortar en gastos sociales es la mejor manera de degradar los servicios básicos hasta que su única salida sea la privatización. Y mantener a capa y espada la credibilidad de Bankia y de sus directivos –todos ellos del PP- es la única manera de asegurarse, por un lado, el control de una gran masa de capital y, por otro, poseer un buen refugio donde esconder sus ingresos. De esta manera, aunque la lógica del discurso del Gobierno sea inexistente la coherencia de su comportamiento, y su racionalidad, resultan impecables. Impecables y suicidas.

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