lunes, 5 de mayo de 2014

Libertad / 1

 El concepto de libertad, que suele ser considerado como de significación universal, en tanto en cuanto se entiende que constituye, junto con la dignidad, la esencialidad del ser humano es, sin embargo, uno de los que mayores matices y variaciones admite, no sólo a nivel filosófico, sino, y sobre todo, a nivel histórico-social. Así, y en relación con lo anterior, en principio habría que distinguir entre libertad de la voluntad –lo que tradicionalmente se denomina “libre albedrío”- que hace referencia a la capacidad humana para elegir o tomar decisiones –capacidad que, en el pensamiento existencialista de la última mitad del siglo XX se convierte en necesidad, de ahí la afirmación de Sartre de que “el hombre está condenado a ser libre”- y la libertad política, o libertad externa: lo que normalmente se entiende por libertad y que tiene que ver con la ausencia de trabas políticas, sociales o culturales (nótese bien que no físicas) para llevar efectivamente a cabo las decisiones o elecciones producto del libre albedrío.
 Esta concepción de la libertad como libre albedrío es la que está en la base de la idea expuesta más arriba  según la cual la libertad constituye una parte esencial de la consideración habitual del ser humano. Sin embargo, la conceptualización de la libertad como libertad de querer aparece con el pensamiento cristiano –no antes ni en ningún otro-, no existiendo en el pensamiento griego, donde la libertad –si es que en la filosofía griega puede hablarse de libertad- es el elemento diferenciador entre hombres libres y esclavos –y téngase en cuenta que sólo los hombres libres eran propiamente seres humanos en Grecia- constituyéndose así en una suerte de libertad civil o libertad económica. Es, como decíamos, en la filosofía cristiana donde surge la idea de la libertad de decisión –libertad básica para entender otras que hoy son consideradas como fundamentales, como la libertad de pensamiento o la libertad de conciencia- como una forma de dar explicación a la presencia del mal que, en tanto no puede ser una creación divina, ha de ser necesariamente un producto humano. Un producto humano, además, que no puede estar dirigido por ningún tipo de providencia divina  -lo cual sería lo mismo que afirmar que es Dios quién lo determina- sino que ha de ser consecuencia de la libertad del individuo. El concepto de pecado es clave en la concepción cristiana del mundo. De hecho, el cristianismo se fundamenta tanto en el pecado original de Adán, lavado por el bautismo que convierte al sujeto en sujeto cristiano, como en la figura de Cristo, cuya función es redimir los pecados de la humanidad. Si el hombre no fuera libre no podría pecar, puesto que no podría decidir hacer el mal en lugar de el bien, seguir la senda de Dios o no seguirla, y por lo tanto el cristianismo perdería su razón de ser.
 Es esta libertad de la voluntad la que van a negar los racionalistas materialistas del siglo XVII, como Spinoza –para quien la libertad consiste en aceptar la necesidad-, los cuales consideran que el ser humano, como entidad física y material,  está sometido a las mismas leyes y las mismas fuerzas que rigen el campo de la materia, fuerzas que, así, no puede controlar. De esta manera cualquier decisión que tome el sujeto está determinada, no es posible elegir libremente y la libertad no sería más que la ignorancia de las causas que determinan la decisión. . Es curioso, en todo caso, como estos autores, que niegan la libertad de poder elegir, , van a ser los que pongan las bases de la democracia y de la idea de libertad política que implica.
 Por último, como se ha dicho más arriba, la libertad de decisión va a ser recuperada por las corrientes existencialistas de finales del siglo XX –y por otros autores que se consideran ajenos a éstas como Ortega y Gasset- como aquello que constituye la única esencia del ser humano. En efecto, según estos autores, el ser humano carece de cualquier esencia que no sea su propia existencia, la vida. La esencia humana consiste en existir –humanamente- y existir es estar continuamente tomando decisiones sobre dónde dirigir esa existencia. El ser humano es humano porque existe y existir consiste en decidir –la vida no nos es dada hecha, decía Ortega- , por lo tanto la libertad, el poder decidir, es lo que constituye al ser humano como tal. Como decíamos antes, el ser humano, por y para ser humano, está “condenado a ser libre”.

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