lunes, 18 de mayo de 2015

Masa social y responsabilidad individual



  Es bueno ser pueblo. Es bueno ser “El Pueblo”. Es bueno diluir la individualidad en la confusión de la masa, o ceder las notas definitorias y constitutivas del ser humano a una entelequia sin carga ontológica, a una hipostatización ideal. Y es bueno porque al dejar de ser individuo y devenir en “Pueblo”, la responsabilidad individual que exige de forma necesaria la consideración de uno mismo como sujeto libre y autónomo se diluye también. Es bueno ser pueblo porque es cómodo. Es cómodo que las acciones que uno realiza no sean suyas, producto de su libertad de elección, sino que estén marcadas y dirigidas, determinadas, por esa pertenencia substancial a una entidad trascendente y suprapersonal. Es el “Pueblo” el que actúa, no el individuo. Es más, es el “pueblo” el que marca las acciones del sujeto: el sujeto actúa como “Pueblo” y solo actúa en tanto en cuanto es “Pueblo”. Así, las consecuencias de las acciones individuales son atribuibles y atribuidas a una entidad superior. El Pueblo es el responsable, no el sujeto, que se difumina, se confunde y se desindividualiza en el “Pueblo”. Ni siquiera se puede decir “Yo soy el Pueblo” o que el Pueblo está formado por Yoes, porque no hay Yo. Sólo hay Pueblo.

  Ahora bien, cuando el sujeto cede su Yo al pueblo ocurren dos cosas, dos cosas que le niegan como ser humano. En primer lugar el sujeto, que ya es “Pueblo” deja de ser sujeto. Deja de ser un ente autónomo para pasar a formar parte del engranaje de la máquina: se convierte –voluntariamente, y eso es lo trágico- en una partícula de una masa, junto al resto de partículas de una masa. Así, es el propio sujeto el que propicia el surgimiento y el mantenimiento del totalitarismo: cuando el sujeto renuncia a su responsabilidad en aras del “Pueblo” está negando su autonomía, su libertad. Es el “miedo a la libertad” del que hablaba Fromm el que se pone en juego.

  En segundo lugar, cuando el sujeto renuncia a su responsabilidad, y a la libertad que lleva implícita, no puede por menos que renunciar también a su dignidad. Excepto en casos muy extremos –genocidios o esclavismo- no es el estado el que arrebata la dignidad a los sujetos, sino el sujeto el que se la entrega voluntariamente. El individuo es digno porque es responsable y es responsable porque es libre. Si uno renuncia a su responsabilidad -en un acto de lo que Sartre llamaba “mala fe”- está renunciando a su libertad. Un individuo que no se considera a sí mismo como individuo, sino que solo se reconoce como tal en tanto en cuanto forma parte de una masa ha perdido su dignidad. Porque la dignidad es la propia consideración, la propia conciencia de uno mismo como sujeto libre y autónomo, responsable de sus actos y, por lo tanto, digno. No tiene sentido, por tanto, exigir al estado dignidad desde la transformación en masa, porque no es el estado, sino esa masa en la que el sujeto ha devenido la que niega su dignidad. En las ejecuciones púbicas había más dignidad -en muchas ocasiones- en el acusado que en la masa que asistía al espectáculo. Sócrates al tomar la cicuta constituye el paradigma de la dignidad frente al estado ateniense, a la masa demagógica que lo ha condenado. Si, como decíamos al principio, es bueno ser Pueblo, es cómodo convertirse en masa, renunciar a la responsabilidad. Pero eso supone dejar de ser digno. Y acusar a otros de esa pérdida de dignidad lo único que supone es seguir renegando de la propia responsabilidad y, por ende, ser cada vez menos digno.

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