lunes, 11 de mayo de 2015

Saber pensar



  Resultan curiosos los esfuerzos que hace la nueva política por negar lo evidente: que se fundamenta en el sentimiento y no en la reflexión racional, que su éxito –bastante efímero, me temo- es debido a que moviliza más bien los instintos y los sentimientos más primarios de los individuos y no apela a su pensamiento. Basta comprobar el ruido que constantemente hacen para darse cuenta de ello. El ruido tiende a no dejar pensar, así que estar constantemente hablando –o gritando- sin parar es un obstáculo patente para el desarrollo de un pensamiento reflexivo. Y lo saben. Aún así, insisten en que sus posturas se fundamentan en la reflexión y la meditación.

  Pensar es una actividad natural humana. Descartes ya decía que su método se cimentaba en dos facultades naturales de la razón, la inducción y la deducción. Todo ser humano, por el solo hecho de serlo, piensa, o es capaz de pensar, al menos. Así que la política, la actividad humana por excelencia, necesariamente ha de estar guiada por el pensamiento: el ser humano es un ser social y racional. No hay que sorprenderse, pues, -pero tampoco presentarlo como un valor añadido- que la nueva política utilice argumentos racionales, o que apele a la razón de sus seguidores en particular y de la masa social en general. Así que habría que aceptar sin más que la nueva política y los nuevos políticos piensan si no fuera porque, cuando se analizan sus declaraciones y actuaciones, cuando se piensa –se induce y se deduce- sobre lo que hacen y lo que dicen se cae en la cuenta de que su supuesto pensamiento tiene como base la violación de las leyes básicas de ese mismo pensamiento. Es decir, si como seres humanos haciendo política que son hay que sobreentender que los nuevos políticos piensan, sus modos de actuación demuestran que no saben, o no quieren saber, pensar.

  Tres son los principios lógicos del pensamiento que continuamente viola el nuevo razonamiento político: el principio de no contradicción, el principio de identidad y el principio de tercero excluido, o “tertio excluso”. Se viola el principio de no contradicción cuando se piensa algo a la vez como existente y no existente o cuando se afirma y se niega a la vez la misma cosa, por ejemplo, cuando alguien dice que es y no es de izquierda. Se viola el principio de identidad cuando instancias, hechos o entidades idénticas se piensan como desiguales o cuando instancias, hechos o entidades diferentes se piensan como idénticas, por ejemplo, cuando se afirma que se violan los derechos humanos en España pero no en Venezuela, en el primer caso, o cuando se afirma que la situación de Europa en 2015 es igual a la de 1950 en el segundo. Podríamos multiplicar los ejemplos de violación del principio de identidad hasta el infinito, porque parece ser uno de los que más les cuesta asumir a la nueva política, lo cual resulta comprensible si se tiene en cuenta que su seña de identidad, o más bien el proyecto que quieren vender, es que son algo diferente de la vieja política. De ahí su empeño en negar la identidad de lo idéntico y en afirmar la identidad de lo no idéntico.

  Por último, el principio de tercero excluido se viola cuando se introduce un tercer término en un par de términos contrarios que se excluyen mutuamente (lo que se llama una disyunción excluyente) y que, por tanto, no admiten la posibilidad de un tercero, por ejemplo, cuando se afirma que no se es de izquierdas ni de derechas. Sino todo lo contrario.

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