viernes, 5 de noviembre de 2010

Cuestión de importancia

 De nuevo el Gobierno nos sorprende con una de esas medidas destinadas a marcar pautas en el desarrollo de la sociedad futura. Ahora ha decidido, en un arrojo revolucionario sin precedentes, eliminar la primacía del apellido paterno a la hora de registrar a los recién nacidos, supuestamente por una cuestión de igualdad y porque imponer a los niños el apellido de su padre en primer lugar parece ser que es anticonstitucional. ¡Qué visión política la de nuestros próceres, que se han dado cuenta de algo en lo que nadie había reparado en casi treinta años!. ¡Y qué esfuerzo intelectual han debido de hacer para tardar, ellos mismos, seis años en darse cuenta!. Con lo racional que resulta que los apellidos se coloquen por orden alfabético y lo bonito que va a quedar que dentro de unas cuantas generaciones todos nos llamemos igual. Si señor, la igualdad empieza por los apellidos, y no por articular medidas que permitan a las mujeres cobrar el mismo sueldo que los hombres por el mismo trabajo, o hacer algo para evitar la sangría diaria de víctimas de la violencia machista. Tal fundamentación racional hace imposible la duda acerca de la necesidad de la nueva Ley de Registro Civil. Se evita así pensar que esta ley no sirve absolutamente para nada, que es una memez sin sentido que sólo tiene como objetivo ocultar cosas bastantes más importantes. Una cortina de humo que le viene bien a todo el mundo, incluida la oposición, que ha lanzado a sus medios contra el Gobierno, porque seguramente a ellos también les conviene que no se piense en determinados asuntos –o directamente que no se piense-, de tal manera que durante unos cuantos meses el debate sobre el orden de los apellidos esté en la calle, con sus bien razonadas posturas a favor y en contra.
 Hay que ser muy obtuso para opinar, por ejemplo, que el hecho de que dos Ministras del Gobierno hayan realizado declaraciones del tipo de que la creación artística no justifica determinados comportamientos -con lo cual nos acercamos peligrosamente a una sociedad totalitaria, done impere la censura, el pensamiento único y el “crimen mental” de Orwell, aparte de cargarnos de un plumazo a todos los creadores de nuestras historia, desde Cervantes hasta Vargas Llosa, pasando por Dalí o Picasso- es más importante que saber cómo nos tenemos que llamar. O para creer que vetar en el Parlamento un debate sobre la reforma de las pensiones, o elaborar una reforma fiscal que tiene como objetivo intentar vender todos los pisos que se pueda para mejorar supuestamente la economía creando otra burbuja inmobiliaria, o que un día el desempleo baje según la EPA y al siguiente suba según las estadísticas de paro registrado, o que unos jueces nieguen la libertad al señor Otegi afirmando que la justicia no depende de la coyuntura política (esos mismos jueces que absuelven al señor Camps o pretenden juzgar al señor Garzón), o que un abogado diga en un juicio que lo humano no puede estar por encima de la Ley (olvidando que las leyes se hacen para las personas) y no pase nada, o que el Estado se haya gastado una millonada que supuestamente no tiene en sufragar la visita del Papa a España, un señor que sólo viene a insultar al Gobierno y a intentar imponernos su moral, demostrando así que seguimos sujetos a los dictados de la Iglesia Católica, es más importante que el orden de nuestros apellidos.
 Pero claro, hay que tener en cuenta que todos somos tontitos y necesitamos a alguien que nos diga qué hacer y qué pensar –aunque a la hora de votar parece ser que nos convertimos en Sénecas y nuestra opinión, reducida a echar un papelito en una urna, es la más importante del mundo, como muy bien nos muestra el spot publicitario para animar al voto en las próximas elecciones catalanas- y que sólo los que mandan saben qué cuestiones son realmente importantes.

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