jueves, 9 de abril de 2015

Dudas



  Admiraría a todos aquellos que no albergan ninguna duda en su mente y que dirigen su acción con el paso firme que les permite esta ausencia de duda si no fuera porque ello supondría admirar a más del 90 por ciento de la población, algo que supera con mucho mi capacidad de admiración. De hecho, no creo que se pueda admirar a más de dos o tres persona en una vida. Digo que admiraría a estas personas porque yo, cada vez más, me encuentro sumido en un mar de dudas. Dudas que provienen, quizás, de mi formación intelectual, de mis lecturas de Descartes, Hume o Kant, que nos vienen a decir que es conveniente mantener un moderado escepticismo con respecto a la realidad que se sitúa fuera del sujeto porque, realmente, no poseemos ningún dato fuera de nuestra conciencia que nos permita afirmar que conocemos esa realidad tal y como es, no podemos asegurar que nuestras representaciones de la realidad se correspondan exactamente con una supuesta realidad existente más allá de ellas. Esto me lleva a pensar que el que no duda de esa realidad externa a él- y que, en tanto en cuanto somos seres humanos, seres sociales, es también realidad social- es porque posee algún mecanismo que le permite afirmar que la realidad es tal y como él la piensa o, más bien, tal y como la piensan aquéllos que han hecho nacer en él sus pensamientos acerca de lo real. Desconozco cuál pueda ser ese mecanismo y de ahí mi duda creciente.

  Por otro lado, también es posible que mis dudas surjan del ruido mediático con el que cada vez más me encuentro, o nos encontramos. Ruido mediático que se ve amplificado por las redes sociales y las tecnologías de la información. Reconozco mi incapacidad para discernir cuál de todos los mensajes contradictorios que me bombardean desde una multitud de canales es el que se corresponde con la verdad y cuáles los que no y admiro, como decía al principio, la capacidad de mis conciudadanos para efectuar de una vez y para siempre esa determinación. Yo solo cuento con mi capacidad de análisis y de reflexión para intentar desvelar la verdad oculta en cada uno de los mensajes. Supongo que será el uso y el abuso de esta capacidad –la “funesta manía de pensar”- lo que me llena de dudas.

  Un niño pequeño no duda, porque lo ignora todo. Un adolescente tampoco duda, porque cree que lo sabe todo –todos hemos sido adolescentes- aunque en realidad lo ignore casi todo. Quizás lo que ocurra es que la sociedad esté psicológicamente infantilizada, adolescentizada, y de ahí su ausencia de dudas –y otras cosas como los lloriqueos cuando no todo sale como esperan- y cree que sabe más de lo que realmente sabe. Uno puede pensar, y es lo que tienden a pensar los adolescentes, que la realidad es maleable y se puede adaptar a sus deseos y aspiraciones o, más bien, que se debe de adaptar a sus deseos y aspiraciones. Eso si, en el momento en que se ha conseguido que se adapte entonces ha de ser fijada, secada, convertida en realidad inamovible e identificada con la verdad. Tal vez el que no duda no lo hace porque ha decidido escuchar tan sólo lo que quiere oír, y desprecia como falso aquello que no se adapta a su visión del mundo. Lo sabe así todo sobre su mundo, y no le caben dudas. Se construye una realidad a su medida, apoyada en la selección de mensajes que la constituyen y rechaza cualquier reflexión posterior. No es necesario, puesto que ya conoce toda la realidad –no una representación de ella- y no le caben dudas con respecto, no a su conocimiento, sino a la realidad en sí. Pero, aunque la duda de Descartes fuera tramposa, implicaba una verdad –algo sobre lo que no dudo-. La duda es pensamiento. El que duda piensa y el que no duda, para su desgracia, tampoco piensa demasiado.

No hay comentarios: