lunes, 13 de abril de 2015

La historia como ideología



“La Historia la escriben los vencedores”. Una frase muy bonita pero, como casi todas las frases bonitas, también falsa o, al menos, no del todo verdadera. En realidad, la historia la escriben los historiadores o, más bien, los historiadores narran los hechos de la Historia: a esta narración de los hechos de la Historia es a lo que se llama historia. Así, la Historia se escribe ella misma. La Historia es el desarrollo, la sucesión de los acontecimientos que constituyen la construcción, social y cultural, de los seres humanos. La Historia es ajena al historiador, no a los sujetos que la protagonizan, y por tanto no se puede falsear. Se puede falsear la historia, se puede ofrecer una narración falsa de la Historia. Pero también se puede dar una narración verdadera, que se contraponga a la falsa, si es que se es capaz de determinar cuál es la Historia si el único elemento que tenemos para determinarlo es la historia. Es así como la Historia, y no la historia, se convierte en ideología –la historia lo es desde siempre, en realidad-. Deviene, de puro fluir de los acontecimientos en interpretación de esos acontecimientos, interpretación determinada por intereses ideológicos o políticos. La Historia convertida en historia, confundida, transmutada o transformada en historia es lo que la convierte en ideológica. Pero, precisamente por ello, deja de ser Historia. Es en este sentido en el que se puede afirmar que la historia la escriben los vencedores. Cuando los vencedores consideran que la Historia es su historia, cuando metamorfosean el devenir histórico en su propia interpretación de ese devenir. Claro que en ese caso los perdedores no tienen historia, porque esa transubstanciación que realizan los vencedores les deja fuera de la Historia. La Historia la escriben los vencedores porque los perdedores no pertenecen a la Historia y, en ese sentido, la bonita frase tampoco resulta verdadera. Solo hay una Historia: la de los vencedores.

Hay dos formas de entender la Historia desde los propios intereses, de ideologizarla. Y las dos parten de la misma perversión histórica: no considerar, o no querer considerar a la Historia como lo que es: un devenir continuo, una sucesión de acontecimientos que no se repite y que, ni justifica el presente ni actualiza el pasado. La primera de estas formas consiste en bloquear la Historia, en convertir a los sujetos históricos en sujetos trascendentes y considerar que un momento histórico tiene valor absoluto en cualquier otro momento de la Historia. Así, un sujeto histórico se ve condenado por su pasado a repetirlo eternamente, a cumplir siempre el mismo papel en la Historia. Se puede justificar así el ataque presente o futuro a ese sujeto por el papel histórico que jugó en el pasado. Lo que se demuestra aquí es una carencia de sentido histórico, de conciencia histórica. Se niega el devenir para afirmar un momento concreto desgajado de su desarrollo.

La otra consiste en traer momentos del pasado histórico al presente, de trasladarlos forzando el ritmo histórico del pasado al presente y, así, justificar con ellos el presente. En este caso se olvida que la Historia es Historia, que los momentos pasados son por ello pasados y que, si bien es posible que la base de algunos acontecimientos se repita, el acontecimiento mismo es irrepetible. Que es posible que la Historia se repita siempre dos veces, si, pero una como tragedia y otra como comedia –que es lo que suele olvidar del aforismo de Marx- y que el presente histórico solo se justifica por sí mismo, por su contenido histórico, es decir, por la carga de transformación que contenga. Y que si se vuelve al pasado una y otra vez esa carga de transformación se anula en una contemplación inútil de la Historia.

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