viernes, 25 de marzo de 2011

Libertades

 Si existe en la historia del pensamiento un concepto discutido, controvertido, manipulado y polisémico, ese es el de libertad. Todos, absolutamente todos los pensadores que en el mundo han sido desde Agustín de Hipona en adelante han hecho referencia en uno u otro momento a la “libertad”. Y resulta que al final, después de tanto tiempo, todavía no tenemos muy claro lo que es.
 Si alguien reclama en nuestra época con más ahínco la libertad esos son los denominados –autodenominados- “liberales”, o neoliberales, algo que suena paradójico puesto que han sido precisamente los gobiernos liberales –o neoliberales- los que también más ahínco han puesto en anularla. Los gobiernos liberales de Estados Unidos pusieron todo su empeño en eliminar la libertad de chilenos, argentinos, hondureños, salvadoreños, bolivianos y un largo etcétera, precisamente porque estorbaba a su “libertad”. Más o menos lo mismo que hizo Margareth Thatcher con la libertad de los mineros del carbón allá por los años ochenta. Y lo mismo que han hecho rusos y chinos cuando han entrado en la senda de la libertad occidental.
 Y es que la libertad de mercado que postulan los liberales casa muy mal con las libertades de los ciudadanos. Casa mal con la libertad individual de hacer cada uno lo que le de la gana, siempre y cuando ese “lo que le de la gana” no tenga que ver con enriquecerse a costa de quien sea y de lo que sea, porque la libertad individual choca con la libertad de mercado cuando se opone a ésta, si no que se lo pregunten a los miles de víctimas de la “guerra por la libertad” de Irak, esa libertad de los grandes conglomerados empresariales norteamericanos (Carlyle Group, Halliburton, Blackwater, Exxon, etc.) para convertir el país en su finca articular y sacar de él todos los beneficios posibles. Y casa mal con la libertad de pensamiento y expresión, porque quien se atreve a criticar esa “quinta libertad” de la que habla Chomsky, en seguida es acusado de sectario, totalitario y antiliberal.
 Si hoy en día el concepto de “libertad” tiene algún contenido es el de libertad social. La libertad de cada uno para dirigir su vida como mejor le parezca dentro de una sociedad –porque nadie vive ni puede vivir aislado-, es decir, respetando la libertad de los que tiene al lado. Y si el Estado tiene alguna función es precisamente la de garantizar esa libertad. Garantizarla redistribuyendo la riqueza, porque sólo cuando los ciudadanos tienen cubiertas una serie de necesidades básicas, que van más allá de poder comerse una hamburguesa en McDonald´s pueden ser realmente libres. Esa libertad es precisamente el fundamento de la democracia. Así que la función del Estado garantizando la libertad individual de los ciudadanos tiene como objetivo poner las bases para asegurar una democracia real. Ahora bien, redistribuir la riqueza es considerado por los “liberales” una injerencia del Estado que va directamente en contra de la libertad de mercado. Como va en contra de la libertad de mercado la existencia de un servicio público –que se paga o debería pagarse con los impuestos de todos: más el que más tiene y menos el que menos tiene- que asegure la educación, la sanidad y la seguridad para toda la población. De hecho, lo primero que hacen los liberales en cuanto llegan al poder es vender, o malvender, esos servicios públicos al mejor postor, como en Estados Unidos, donde hasta las cárceles y toda la infraestructura del Ejército son privados. Así que el objetivo de los liberales de destruir el Estado en nombre de la libertad de mercado supone la destrucción de la democracia. La libertad de mercado necesita para imponerse de un sistema totalitario (insisto, véanse los casos de Chile o Argentina, o los más recientes de China o Rusia) que fagocite al resto de las libertades. Y una libertad que exige el sacrificio de las demás difícilmente puede ser calificada como tal. Es la anti-libertad por excelencia, se pongan como se pongan los “liberales” que no son más que lobos que se han puesto la máscara de la libertad.

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