martes, 29 de marzo de 2011

Por la boca muere el pez

 Todos sabemos que hay momentos en la vida en que es mejor estar callados. Todos, menos nuestros dirigentes. Tampoco les debe preocupar mucho habida cuenta de que los debates parlamentarios consisten en leer unas cuantas cuartillas, que los turnos de réplica existen para según quien y que, en definitiva, lo que le da valor a una intervención no es la cantidad y la calidad de los argumentos utilizados sino el aplausómetro de los partidarios y el “pataletómetro” de los contrincantes. Viene esto al caso del reciente pleno del Congreso donde se trataba de avalar la intervención del Ejército español en Libia -avalar, que no autorizar, porque el despliegue militar ya se había puesto en marcha el día anterior- y de la respuesta que el Presidente Zapatero dio al señor Llamazares cuando éste expuso las razones por las que oponía a dicha intervención. Al parecer, el señor Zapatero contestó algo así como que su partido también apoyó la intervención en Afganistán donde "no hay gas ni petróleo, pero había sido responsable del 11-S”. Esta es una de las ocasiones en las que el Presidente del Gobierno hubiera hecho mejor en estar calladito, y como el señor Llamazares no quiso, no pudo o no le dejaron contrarreplicar, vamos a hacerlo nosotros por él.
 Primero habría que matizar mucho eso de que Afganistán fuera responsable de los atentados de Nueva York. La gran mayoría de los terroristas que perpetraron el ataque eran saudíes –de hecho, no había ningún afgano-. Arabia Saudí, el gran amigo de Occidente que, estos sí –y esto no lo negará el señor Zapatero- tienen petróleo.
 Segundo, la intervención en Afganistán tuvo más un aire de venganza personal de Bush Jr. que otra cosa. Venganza personal, eso sí, contra los habitantes del país, pues después de ponerlo patas arriba Osama Bin Laden y el mulá Omar siguen vivos y coleando y libres como pajaritos. Que la mayor maquinaria miliar del mundo sea incapaz de capturar a un solo hombre sólo puede significar dos cosas: o que son muy torpes o que no tenían ninguna intención de atraparlo.
 Tercero, nadie duda de que en Afganistán no hay gas ni petróleo, pero tampoco nadie duda de que unos cuantos han ganado mucho dinero con los atentados del 11 de septiembre y la posterior guerra. Lo ganaron las empresas de seguridad privada que han convertido Estados Unidos en una fortaleza (o en una cárcel, según se mire), lo ganaron las empresas de armamento y lo ganaron la empresas que se encargaron –y se encargan- del abastecimiento y la logística de las tropas desplegadas en territorio afgano y las que consiguienron los permisos para reconstruir el país.
 Cuarto, de momento, la guerra de Afganistán para lo único que ha servido es para echar a los talibán momentáneamente del poder (que no del país) y colocar en su lugar a uno de los gobiernos más corruptos de la actualidad. Ni existe democracia, ni existe libertad, ni las mujeres han podido quitarse el burka, sin que eso le importe demasiado a la OTAN. La guerra continúa, y sigue siendo un pozo sin fondo donde va el dinero de los contribuyentes -entre otros los españoles que luego nos tenemos que apretar el cinturón y tragar con las bajadas de salarios por el bien de la patria- y un gran negocio para la industria armamentística y de seguridad.
 Y quinto, la guerra de Afganistán ha sido el Alma Mater de esa vergüenza moral y ese engendro alegal que se llama Guantánamo. Ese centro de tortura que el presidente Obama prometió cerrar cuando llegara a la Casa Blanca, aunque ya sospecháramos que de cerrarlo nada. De hecho, se han vuelto a reanudar en él los juicios militares o más bien esos simulacros de juicios sin ninguna garantía legal para los allí secuestrados.
 En fin, que a pesar de los aplausos entusiastas que según dicen le dedicaron al señor Zapatero desde la bancada del PSOE después de su intervención, en esta ocasión, si se hubiera quedado calladito, seguro que hubiera estado más guapo.

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