lunes, 18 de marzo de 2013

A modo de obituario


El reciente fallecimiento del presidente de Venezuela Hugo César Chávez ha llenado los medios de comentarios, tanto elogiosos como descalificantes, dependiendo de la línea ideológica de quien los enunciara. Así, los medios de izquierda y, en general, aquellos que se puede considerar de una manera laxa como sus militantes, se ha situado en la línea de los comentarios elogiosos, mientras que los medios de la derecha y, de alguna manera, también sus militantes –aunque de una manera menos marcada que en la izquierda- se han situado en las posturas contrarias: las del rechazo y el vituperio.
 Yo me voy a permitir romper el molde establecido y, considerándome una persona de izquierdas, voy, si no a vituperar, si al menos a criticar el sistema establecido en Venezuela por el Comandante. Parto del hecho, yo creo que innegable, de que lo que permite a Chávez acceder al poder y mantenerlo es la corrupción generalizada de un sistema aparentemente democrático pero vendido a los intereses de las grandes corporaciones petrolíferas. A partir de aquí, el régimen que el comandante Chávez establece en Venezuela no es un régimen socialista, ni nada que se le parezca. Ni siquiera es bolivariano, al menos si por bolivariano se entiende seguidor del pensamiento del Simón Bolívar, quién no dejaba de ser un ilustrado burgués como todos los libertadores americanos, hijos, al fin y al cabo, de la Revolución Francesa. A lo más que se me parece el ahora llamada “chavismo” es a lo que en su tiempo en Argentina se llamó peronismo. Y no olvidemos que el peronismo coqueteó, intelectual  y físicamente, con el fascismo.
 ¿Por qué el chavismo no tiene nada que ver con el socialismo y, por lo tanto, no es un movimiento de izquierda?. Y, sobre todo, ¿por qué si no es un movimiento de izquierda la izquierda española lo ha adoptado como tal, lo ha considerado algo así como el verdadero camino de la Revolución?. Comenzaré respondiendo a la segunda pregunta. La reconversión del sistema capitalista en Estado del Bienestar después de la Segunda Guerra Mundial y la subsiguiente –y consecuente- caída de la URSS, hizo que la izquierda occidental perdiera el norte ideológico, tanto aquella que se considera a sí misma revolucionaria, como la otra. Prueba de ello es que durante los años setenta y ochenta los movimientos de izquierda europeos fijaran su vista en los levantamientos populares latinoaméricanos o asiáticos, o tomaran como referente grupos situados al margen del sistema –los espacios no capitalistas marcusianos- como los homosexuales, los afroamericanos, las feministas o, incluso, los hippies. No es de extrañar, entonces, que en los principios del siglo XXI hayan vuelto sus ojos al más nuevo de estos fenómenos –el chavismo- erigiéndole como guía espiritual y líder indiscutible de una Revolución siempre aplazada. Y el caso es que –y paso a contestar a la primera cuestión- el pensamiento político de Hugo Chávez ni es socialista ni, por su propia esencia, puede serlo. Ni una sola de las empresas nacionalizadas por el gobierno de Hugo Chávez se puso bajo el control de los trabajadores, que es lo que prescribe el socialismo y en lo que consiste la redistribución de la riqueza, sino que quedaron bajo la administración del Estado, o, lo que es lo mismo, del propio Chávez. A cambio, repartió casas y asignaciones en metálico a los más desfavorecidos. Y aquí entramos en la caracterización esencial del socialismo: el socialismo, o es democrático, o no es nada. Al repartir las prebendas citadas, lo que consigue el Estado es crear una masa de estómagos agradecidos, un voto esclavo, un conjunto de individuos que no son ciudadanos, porque no son capaces de pensar por sí mismos, no pueden decidir no votar a aquél que les ha beneficiado y por lo tanto no son libres. Se ha dicho que Chávez escuchaba la voz del pueblo o que hacía lo que el pueblo le mandaba. En realidad, como gran demagogo que era, había sido capaz de convencer al pueblo de que lo que él quería era lo que ellos querían, o de que lo que él pensaba era lo que ellos pensaban. De esta forma, siguiendo sus propios criterios en apariencia seguía los criterios de la nación. Así se construye el culto a la personalidad a cuyo paroxismo estamos asistiendo estos días, pero no la democracia. Y, por último, no se entiende un socialismo mezclado con supersticiones religiosas de todo tipo, en el cual se ha llegado a comparar al presiente muerto con Jesucristo, incluso se ha insinuado que influyó en el mismísimo Dios para que se eligiera un Papa sudamericano. Como he dicho antes, lo podemos llamar fascismo de corte peronista –que, insisto, es a lo que más se parece- o lo podemos llamar realismo mágico –que es en lo que se ha convertido-, pero no socialismo.

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