La tesis de este artículo es muy
simple: las protestas de la sociedad civil contra la política económica global
que se ha hecho fuerte con la crisis actual tienen como objetivo salvar al
capitalismo de sí mismo manteniendo las estructuras del Estado del Bienestar,
que es lo que en realidad está siendo atacado y destruido. Esto es lo único que
cabe hacer en la situación actual y posiblemente lo que se debe de hacer, y, de
hecho, no es la primera vez que se hace. Voy a desarrollar esta tesis a través de una
serie de puntos.
1.- La crisis de 1929 –el llamado crash del 29- es en sus comienzos, al
igual que la actual, una crisis financiera provocada por la concentración del
capital en las manos de unos pocos trust
de carácter global. Estos conglomerados empresariales, gigantes con pies de
barro, que habían mantenido un alza constante de los precios de sus acciones en
la Bolsa de Nueva York, se vienen abajo cuando una serie de maniobras
especulativas y la inestabilidad de un mercado que se creía
intocable, hacen que se desplome su valor en bolsa arrastrando así a la mayor
parte de la economía mundial. Las consecuencias de esta crisis son conocidas
por todos. Los despidos masivos (100.000 trabajadores en tres días sólo en los
Estados Unidos) provocan la depauperación de la clase obrera mundial y la
subsiguiente aparición de movimientos fascistas –fundamentalmente en Alemania,
donde el impacto de la Gran Depresión se ve aumentado por las condiciones
impuestas por el tratado de Versalles- que mezclan un nacionalismo radical con
el rechazo a la democracia liberal, a la que se considera responsable de la
situación.
2.- El fortalecimiento del fascismo
en Alemania, Italia y Japón -cada uno de ellos con sus características
peculiares-, provoca el estallido de la II Guerra Mundial –algunos autores, como
Eric Hosbawn, consideran que la II Guerra Mundial no es más que una
continuación de la Primera, por lo que hablan de la Guerra de los 31 Años
(1914-1945)- y, con ella, la situación más difícil por la que ha pasado la
democracia liberal y el capitalismo en toda su historia. Es aquí donde el
capitalismo es salvado por primera vez de sí mismo por fuerzas enfrentadas a
él, en concreto, por el Ejército Rojo de la URSS, que en agosto de 1942 detiene
el avance alemán en Stalingrado y en febrero de 1943 derrota definitivamente al
6º Ejército de Paulus comenzando su avance sobre Alemania e inclinando así de
forma definitiva la balanza hacia el campo de los aliados (para los
olvidadizos, recordar que el desembarco anglo-norteamericano en Normandía no se
produce hasta junio de 1944).
3.- Después de la II Guerra Mundial,
las democracias occidentales empiezan a implementar –siguiendo las teorías de
John Maynard Keynes- lo que posteriormente se conocerá como Estado del
Bienestar, con sus características de protección social de los trabajadores,
pleno empleo y aumento de salarios lo que permite un desarrollo de la economía
al aumentar la demanda. El objetivo del Estado del Bienestar en sus orígenes es
doble: evitar, por un lado, que se repitan las consecuencias del la crisis de
1929 y, por otro, que los trabajadores occidentales fijen sus ojos en la Unión
Soviética y se organicen en movimientos revolucionarios de orientación
comunista, aunque en el fondo los dos coinciden en el mismo: asegurar la
pervivencia del sistema capitalista y la democracia liberal.
4.- Los ataques contra el Estado del
Bienestar comienzan en la crisis de la década de los 80 del pasado siglo, de la
mano de las políticas neoliberales de Ronald Reaagan en los Estados Unidos y Margareth
Thatcher en el Reino Unido. Al mismo tiempo, se empiezan a ensayar las fórmulas
económicas de la Escuela de Chicago en Latinoamérica y Asia, con el apoyo
económico del FMI y el militar de los Estados Unidos –que son las mismas
fórmulas que ahora se están poniendo en práctica en Europa-. El colapso del régimen
soviético y las posterior disolución de la URSS entre 1990 y 1991 dejaron el
campo libre para que el desmantelamiento del Estado del Bienestar fuera sólo
cuestión de tiempo.
5.- Lo que se está llevando a cabo
en la crisis actual –mucho menos grave, no lo olvidemos, que la de 1929- es ese
desmantelamiento del Estado del Bienestar. Las protestas que se producen en
Europa son una reacción frente a este hecho y por ello no tienen como objetivo
el cambio del sistema económico, no son revolucionarias en ese sentido, sino el
mantenimiento de las estructuras del capitalismo tal y como se han venido dando
desde 1945, es decir, el mantenimiento del Estado del Bienestar. Tienen como
finalidad, pues, salvar, otra vez, al sistema de sí mismo. Porque aunque uno de
los pilares que forzaron el surgimiento de dicho Estado, el miedo a la
expansión del comunismo soviético, haya desaparecido, el otro sigue intacto. Vemos
como afloran cada vez con más asiduidad movimientos de corte fascista sobre
todo en los países más castigados por la crisis: Grecia, Portugal o incluso
España y últimamente Chipre coqueteando con el régimen semifascista de Putin. Y
el fascismo supone la desaparición del capitalismo –al menos, tal y como lo
conocemos- porque supone la desaparición de su instrumento político: la
democracia liberal. Esto es lo que parece que no ven o no quieren ver los
gobiernos europeos –ciegos o estúpidos o ambas cosas- pero si no queremos acabar
dominados por regímenes fascistas, esta vez sin un Ejército Rojo que los
detenga, la única solución es salvar el sistema.
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