viernes, 13 de mayo de 2011

(Supongamos que) Nada es real

 Vamos a jugar a elucubrar conspiraciones. Supongamos que nada es real. Supongamos que nadie ha matado a Osama Bin Laden. Supongamos que existe alguna razón para que hayamos visto fotografiado el cadáver de Sadam Hussein, como se vio el del Che Guevara, el de Mussolini y muchos otros, y no veamos el del enemigo público número uno, ese cadáver que ha sido supuestamente arrojado al mar después de ser trasladado a Afganistán, a un mar que no sabemos dónde está, pero desde luego no en ese país, que no tiene, quizás en el mar Arábigo, en la costa paquistaní, muy lejos de la frontera afgana, lo que me lleva a pensar que los helicópteros de las fuerzas especiales de los Estados Unidos son realmente especiales, para recorrer una distancia que es casi el doble de California sin repostar, o quizás, por qué no, en la aguas del río Hudson. Aunque también podríamos suponer que no hay fotos del cadáver porque la última foto que elaboró el FBI del personaje era la del señor Gaspar Llamazares retocada. Supongamos que Osama, un ex agente de la CIA, ha hecho un pacto con sus antiguos jefes. Supongamos que ese pacto existe desde hace siete u ocho años. Supongamos que mientras a un país le daban la vuelta las bombas de la OTAN –con su población incluida- porque el señor Bin Laden estaba supuestamente escondido en alguna cueva, éste vivía tranquilamente en un barrio residencial de Islamabad, a pocas manzanas de la Academia del Ejército de Pakistán y rodeado de militares, que a la sazón eran sus vecinos, porque alguien le había puesto allí. Supongamos que el Ejército paquistaní cumplió a la perfección la misión que le habían encomendado, que era protegerle. Todo el mundo sabe que el Ejército pakistaní no mueve un dedo sin que se lo ordenen desde Washington. Supongamos que por eso el Gobierno de Pakistán no ha elevado una protesta internacional al enterarse que unos militares extranjeros han entrado ilegalmente en su territorio y han llevado a cabo una misión militar. Supongamos que la supuesta búsqueda de Bin Laden les vino muy bien a los comerciantes mundiales de armamento. Supongamos que la muerte del supuestamente terrorista más buscado del globo le ha venido muy bien a Barack Obama para elevar una popularidad que estaba por los suelos y asegurarse la reelección. Supongamos que las olas de patriotismo desenfrenado, como el que hemos contemplado en Nueva York, les vienen muy bien a los gobiernos en tiempos de crisis. Y supongamos que la muerte del saudí constituye la oportunidad perfecta para meter una dosis más de miedo en el cuerpo de los ciudadanos y que así acepten más recortes en sus ya recortadas libertades. Porque a la vez que todos los dirigentes mundiales se han apresurado a declarar que sin el finado el mundo es más seguro, también han corrido a aumentar las alertas antiterroristas, con la excusa de una supuesta venganza de Al Qaeda. ¿En qué quedamos, sin Bin Laden el mundo es más seguro o no?. El miedo es un arma muy poderosa como para desaprovechar la más mínima oportunidad de usarla. Si resulta que matando a Bin Laden existe más riesgo de un ataque terrorista, podían haberle dejado vivo, y así hubiéramos estado todos más seguros. Y supongamos por último que Bin Laden y Al Qaeda ya habían perdido todo su ascendiente sobre el mundo árabe después de las revoluciones en el Magreb y Oriente Próximo, que era un individuo perdido que no sabía cuál era su papel en la nueva partida que se está desarrollando.
 Pero estábamos jugando. Todo es real. No estamos dentro de ninguna Matrix y el sentido común rechaza ideas tan retorcidas. Es cierto, entonces, que Bin Laden ha muerto. Nada cambia este hecho las consecuencias anteriormente citadas: Barack Obama se ha asegurado la reelección, el patriotismo hace olvidar la crisis y, aunque el mundo sea un lugar más seguro, el temor a las posibles represalias supone un poco más de miedo para los ciudadanos, miedo que les llevará a aceptar cualquier medida, por coercitiva que sea, que asegure su protección. Sin embargo, la realidad de la muerte de Bin Laden nos conduce a consecuencias nuevas. La Guerra de Afganistán que tenía como objetivo su eliminación, ya no tiene sentido, con lo que es de esperar que en pocas semanas se retiren todas las tropas extranjeras de territorio afgano. De la misma forma, el campo de Guantánamo debería ser cerrado inmediatamente, puesto que su función era obtener información de los allí internados que propiciaran la captura del jefe terrorista. La realidad nos dice que estos dos hechos deberían producirse. Pero supongamos que esto no ocurre.

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