lunes, 30 de mayo de 2011

Muertes evitables

 El Gobierno nos informa, a través de los medios de comunicación políticamente correctos, de que los tres meses de vigencia de la nueva ley anti-tabaco han reducido el número de infartos y de casos de asma infantil. Cualquiera que tenga la más mínima idea de investigación científica sabe que jamás hay que confundir causalidad con correlación. No es lo mismo que un hecho sea causa de otro a que dos hechos se den a la vez, sin que exista relación causal entre ellos. Y cualquiera que tenga la más mínima idea de investigación científica sabe que tres meses (las investigaciones serias pueden durar años) es un tiempo demasiado corto para poder discriminar entre los dos aspectos de causalidad y correlación. Por otra parte, y en lo tocante a la disminución (supuesta) de los casos de asma infantil, y teniendo en cuenta que la nueva ley lo que ha hecho básicamente ha sido prohibir fumar en los bares, lo que se me ocurre es que los niños, que antes tenían asma y ahora no la tienen, se pasaban el día en el bar, lo que viene a significar que sus padres son muy sanos, muy no fumadores y muy irresponsables, porque no me parece a mí que un bar sea el lugar más indicado para un infante, por mucho que no se fume en él.
 Pero discutir sobre este tema está visto que es como predicar en el desierto. Me parece curioso que los médicos y los técnicos en sanidad pública hablen, en temas como este del tabaco y otros como el de la obesidad, de “causas de muerte evitable”. Centrémonos: si hay algo inevitable es precisamente la muerte, así que la expresión “muerte evitable” es una paradoja y, en cuanto tal, irresoluble. Ahí está el caso de ese pobre chico que se ha matado recientemente en el Giro de Italia. Un hombre joven, sano, deportista, que se ha caído de la bicicleta. El ser humano es la caña más débil de Universo, decía Pascal. Nadie puede evitar la muerte, a lo sumo se puede alargar la vida, pero eso no puede constituirse en un mandato moral. Kant desarrolló la idea de que el gran error de las éticas materiales era que postulaban la felicidad como el fin último del ser humano, porque cabía la posibilidad de que alguien no quisiera ser feliz. De la misma forma cabe la posibilidad de que alguien no quiera alargar su vida. La vida mata, oí decir un día a un señor en el Metro.
 Siempre pensaré que cada cual puede hacer con su vida lo que quiera. Hacer lo que quiera, pensar lo que quiera, decir lo que quiera. Beber, fumar, acostarse con quien le parezca o estar gordo si le place. La vida es lo único que nos pertenece intrínsecamente, lo único que es nuestro de verdad. Para Ortega, la vida es mi vida, y ese “mi” implica la máxima carga de propiedad, de privacidad y de responsabilidad. Si existe alguna libertad por la que merezca la pena batirse el cobre es justamente ésta: la libertad de dirigir nuestra vida como nos parezca más conveniente, sin que nadie nos diga lo que tenemos que hacer con ella. Cualquier otra libertad: de pensamiento, de expresión, de opinión, se fundamenta sobre ésta y en ésta encuentra su raíz. Si uno no es libre de hacer con su vida lo que quiera difícilmente podrá pensar lo que quiera o decir lo que quiera: pensará y dirá lo que aquellos que dirigen su vida quieren que piense y diga, de la misma forma que hará lo que ellos quieren que haga. Quizás por eso esta libertad sea actualmente objeto de todos los ataques: es el último reducto de individualidad en una sociedad que tiende a y pretende uniformizarnos cada vez más, hasta que ya no seamos nosotros, seamos “la sociedad”, “el Estado” o “la Patria”. Así las cosas ¿por qué amargarnos la vida, que es muy corta y algún día se va a terminar de una manera u otra?.
 En el fondo, lo que todo esto demuestra es la hipocresía de nuestros dirigentes a los que lo que de verdad les preocupa son los costos de la atención sanitaria y no nuestra salud. Si ésta les preocupara no bloquearían las investigaciones contra el cáncer del doctor Barbacid recortándole los fondos públicos y no dejándole percibir los que vienen de fundaciones privadas. Los fármacos que pudiera desarrollar el citado doctor no evitarían la muerte, pero seguramente evitarían sufrimientos. Sufrimientos cristianos.



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