viernes, 13 de julio de 2012

Corderos del mercado

 Es una constante en la Historia de la Humanidad que, en tiempos de crisis –sea ésta del tipo que sea- un individuo o un grupo de individuos sean escogidos por la sociedad como elementos purgadores de la situación. Es a este o a estos individuos a los que se hace responsables de ésta y los que, con su sacrificio, deben librar al resto del problema. Estas crisis que se hacen recaer sobre la espalda de algunos sujetos individuales son normalmente producidas por elementos trascendentes a la propia sociedad, o bien por causas incomprendidas y por eso incontroladas. De ahí la necesidad de individualizar o particularizar la responsabilidad.
 Ya las antiguas culturas agrícolas mesopotámicas y babilónicas, durante las fiestas de renovación o año nuevo –aquellas que marcaban el ciclo de las cosechas- elegían a un miembro de la comunidad que era coronado rey por un periodo corto de tiempo, el suficiente para hacer recaer sobre él la responsabilidad de todos los males que hubieran afectado al grupo. Este individuo, si bien vivía ,nunca mejor dicho, como un “rey” durante unos pocos días, era posteriormente sacrificado para calmar la ira de la divinidad y solicitar su benevolencia en los próximos periodos de cosechas, es decir, la causa trascendental e incomprendida.
 Estos rituales son recogidos por la tradición judeo-cristiana –su heredera, al fin y al cabo- , de tal forma que toda la religión cristiana se edifica sobre un individuo que recoge las culpas de la humanidad en su conjunto y es sacrificado para expiarlas. Cristo es el “cordero de Dios” cuya muerte “quita el pecado del mundo”. Durante las Cruzadas los guerreros cristianos -que no comprendían por qué, si luchaban con Dios de su lado, pasaban fatiga, miserias, sed y perdían batallas- empalaban en la punta de una lanza o en el mástil de un barco las cabezas de los turcos, reuniéndose toda la hueste a su alrededor para acusarla de todos los males que sufrían. De aquí proviene la expresión “cabeza de Turco”. La historia de las “cabezas de turco” que en el mundo han sido es larga pues siempre, en cada situación de crisis, alguien ha pagado los paltos rotos. Sujetos individuales como Dreyfuss, razas como los judíos o los gitanos o grupos sociales como los inmigrantes son ejemplos de la necesidad social de crear “cabezas de turco” a los que hacer responsables de aquella situaciones que escapan a su control o a su comprensión.
 En la crisis económica actual la cabeza de turco escogida ha sido el sector público. No es una víctima escogida al azar, como podían serlo los "reyes" mesopotámicos, sino que en su elección juega un papel muy importante el afán de los mercados con hacerse con el sector económico y los beneficios posibles que comprenden empresas y servicios públicos. Pero como el sector público no es más que una abstracción, una hipostatización –como lo es la sociedad- que no tiene una existencia más allá de los individuos que forman parte de él, son estos individuos –sus trabajadores, los funcionarios públicos- los que han de cargar con la responsabilidad de la crisis y, por consiguiente, los que deben ser sacrificados para aplacarla. El gasto público excesivo no se debe al despilfarro, a los regalos, a las obras innecesarias e inútiles o a la corrupción política, sino al elevado número de funcionarios y al salario que cobran. La historia nos enseña también que nunca una cabeza de turco ha salido indemne de las acusaciones que contra él se han lanzado –Dreyfuss fue ejecutado, los judíos exterminados y los gitanos y los inmigrantes marcados y marginados- así que es de esperar que los funcionarios sean también, tarde o temprano, eliminados. Serán los nuevos corderos, no de Dios, sino de los mercados, que se ocuparán de realizar sus funciones. Funciones realizadas pro empresas privadas que, por definición, ya no serán “públicas”. Y si lo que determina la existencia de una sociedad es la permanencia de “lo público”, si una sociedad, para serlo, necesita ser “pública”, asistiremos, impávidos, a la eliminación de la sociedad.

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