lunes, 16 de julio de 2012

Razón, Moral y Política

 La política, el hacer política, es una forma de la moral. La Política encuentra su fuente en la Ética y, pro ello, la Filosofía Política ha sido siempre una rama de la Filosofía Moral. La Moral, como facultad específicamente humana, es inseparable de aquello que convierte a los seres humanos en seres humanos: la Razón. La Razón, como bien sabía Kant –y Tomás de Aquino- en su concepción menos amplia y por lo tanto más estricta y más exacta es razón moral. Por eso cuando un político, un Presidente de Gobierno en este caso, fundamenta su discurso en la irracionalidad, en la apelación a sentimientos como el dolor, la tristeza o la necesidad del sacrificio podemos estar seguros de que estamos ante un contexto no sólo irracional, sino también inmoral. Y adviértase que lo inmoral no son las palabras, porque las palabras no pueden ser inmorales, sino los hechos, que son los únicos objetos de calificación moral.
 El hecho principal que subyace al discurso del presidente del Gobierno es que mintió y, como también decía Kant, “aunque todo el mundo mienta seguirá siendo verdad que no se debe de mentir”. Y si es inmoral mentir también lo e s acudir a la irracionalidad de los sentimientos para justificar sus mentiras. De la misma manera que es inmoral suponer que uno no es libre para no escoger lo que ha escogido. El ser humano es siempre libre de elegir lo que no elige, o de no elegir lo que elige. La libertad es el constituyente supremo de la humanidad. Negar la propia libertad para elegir –lo que Sartre llamaba “mala fe”- es negar la responsabilidad que se tiene ante los actos que libremente se deciden realizar. Y negar la responsabilidad es inmoral.
 Desde una perspectiva política –y por lo tanto moral- el Presidente del Gobierno ha roto el pacto que se fundamenta en la racionalidad del consenso social. Ha abierto una brecha insalvable entre el Estado y la sociedad civil y ha perdido, por tanto, su legitimidad como representante de ésta. Cualquier acto que realice a partir de ahora, aunque sea legal porque concuerde con las leyes que él mismo se ha dado, será inmoral, porque ha perdido la legitimidad que le permitía imponer esas leyes a la sociedad civil. Serán leyes del Estado, no de la sociedad, y habrán de ser implementadas por la fuerza. Una fuerza no legítima y, por lo tanto, inmoral.
 Precisamente porque el presidente del Gobierno ha provocado la ruptura entre en Estado y la sociedad civil, es ésta, la parte más débil de ésta, la que se va a ver afectada de forma prioritaria por sus actuaciones. Porque la función del estado no es otra que proteger los intereses de la sociedad. Por eso la actuación del Presidente del Gobierno –que ya no está legitimado para ejercer como tal- es injusta y, en tanto que injusta, es inmoral. Beneficia a aquél que rompe las reglas que regulan la convivencia dentro de la sociedad y, por tanto, se sitúa al margen de ésta. Con su actuación el Presidente del Gobierno retrotrae a la sociedad a una situación pre-social. A una guerra de todos contra todos, en términos hobbesianos, donde prima el derecho del más fuerte.
 Fue David Hume el que dijo que los políticos eran portadores de una ética especial, que les permitía mentir si ello resultaba necesario para proteger los intereses de la sociedad. En este caso la ética del Presidente del Gobierno es la negación de toda ética. Con sus actos, se ha situado de lleno en el campo de la inmoralidad y aunque sus intenciones fueran verdaderamente buenas –a estas alturas el hecho bruto de mentir es, quizás, el menos inmoral de sus comportamientos- no debería olvidar que el infierno está empedrado de buenas intenciones

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