lunes, 9 de julio de 2012

Política, deporte y Auschwitz

 El deporte es política. Es política porque es una actividad que se realiza dentro de la polis, y todo lo que se hace en la polis es política. Pero también es política porque determinados acontecimientos deportivos pueden determinar a acción política y la forma en que los ciudadanos aprehenden esa acción política. , pueden marcar el ritmo político de un país o pueden escamotear a la ciudadanía la posibilidad de tomar decisiones políticas. . El propio hecho de negar esto, de afirmar que el deporte es sólo deporte, ya es una manifestación política. Son los que hacen expresa esta negación los más conscientes de que el deporte es política y, so sólo eso, los más interesados en que lo sea. La negación de la dimensión política del deporte y su conversión en una mera actividad lúdica –algo que ya ni siquiera es posible en la práctica infantil del deporte, puesto que la insistencia en que nuestros infantes dediquen su tiempo a realizar actividades deportivas es una insistencia política- es ya política. El deporte para ser deporte, es decir, política, debe negarse a sí mismo
 El deporte era política entre los mayas, donde el juego de pelota constituía un ritual religioso y político que tenía como objetivo contentar a los dioses y, de paso, mantener la estructura social. Curiosamente el equipo ganador del juego era sacrificado porque sólo la fuerza que había demostrado era agradable a las divinidades. Y, también, suponía la eliminación física de individuos heroicos ante los ojos de la plebe que podían poner en peligro la estructura de poder. También era política el deporte en la antigua Grecia, donde incluso el tiempo –social- lo marcaban las Olimpíadas, el periodo que transcurría entre dos juegos olímpicos, y los vencedores eran aclamados como dioses, como los garantes de la política de la ciudad. Cuando Filípides corrió por primera vez 42,195 kilómetros no estaba haciendo deporte, aunque lo estuviera haciendo. Estaba llevando a cabo una misión política: anunciar la victoria en la batalla de Maratón.
 En la actualidad el deporte cumple tres funciones políticas muy precisas, sin las cuales no podría ser concebido, al menos tal y como hoy lo es. En primer lugar es una válvula de seguridad que permite desplazar las frustraciones de la ciudadanía que, sin él, serían dirigidas contra el entramado social que las produce. En segundo ligar es el método por excelencia para mantener anestesiada a la población, tanto por ser una perfecta cortina de humo para ocultar los problemas reales de una sociedad, como por el engaño que se lleva a cabo cuando se hace creer a la ciudadanía que un éxito deportivo es un éxito de toda a nación, cuando en realidad lo es tan sólo del deportista-héroe- o que ese éxito deportivo puede ser extrapolado de tal forma que constituya la horma de alcanzar otros éxitos en otras facetea sociales: la victoria nos daría optimismo e imitando el esfuerzo de los héroes superaremos cualquier dificultad. Y en tercer lugar es uno de los pilares en que los políticos profesionales asientan el acierto de su gestión, aunque su gestión no sea precisamente acertada.
 Y, como parte de la política, el deporte se ve también inmerso en la moral. En este sentido yo me hubiera sentido mucho más orgulloso de nuestros balompédicos campeones si hubieran realizado un gesto tan poco deportivo, tan político y por lo tanto tan moral, como visitar el campo de exterminio –que no de juego- de Auschwitz.

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