miércoles, 11 de julio de 2012

Leyes y Moral

 Una sociedad se regula por medio de leyes. Son éstas las que marcan el rumbo que deben seguir las relaciones entre los ciudadanos y entre las Instituciones y éstos últimos. Según la teoría de la democracia representativa las leyes las aprueban los Parlamentos –Poder Legislativo- que han sido votados por los ciudadanos y en los cuales impera la regla de las mayorías y las ponen en práctica los Gobiernos –Poder Ejecutivo- que a la vez han sido elegidos por los Parlamentos. Se cubre así la premisa básica del pensamiento de Rousseau, según la cual la voluntad individual se desarrolla y se hace libre en las decisiones de a voluntad general, a la que libremente se somete. Es por esto por lo que , quizás, se piensa en las sociedades actuales que todos los problemas pueden ser resueltos de forma satisfactoria para el conjunto de la ciudadanía mediante la elaboración de leyes. Si las leyes regulan las relaciones sociales, allá donde estas relaciones fallan, o donde no existe regulación, es suficiente con elaborar una ley que supla estas carencias e impida que nadie salga perjudicado de forma permanente.
 Las crisis, sin embargo, nos enseñan que las leyes solas, sin un acompañamiento moral que las haga universales y de obligado cumplimiento –no por el miedo al castigo penal, sino porque se ajusten de forma esencial a la racionalidad humana- son, en el mejor de los casos, inútiles, y, en el peor, elementos de desintegración social y de destrucción humana. La sujeción exclusiva a la ley, olvidando la moral, nos conduce al caso de Adolf Eichmann, analizado en profundidad en la obra de Hanna Arendt Eichmann en Jerusalén. En el juicio de Adolf Eichmann, teniente coronel de las SS, funcionario del Gobierno nazi y uno de los responsables de las deportaciones a los campos de exterminio, secuestrado en Buenos Aires por los Servicios Secretos israelíes y juzgado en Jerusalén se produjo la paradoja jurídica de que el acusado -ciudadano alemán- no había cometido ningún acto ilegal –si por ilegal entendemos aquel acto que va en contra de ley- puesto que sus comportamientos se habían atenido en todo momento a las leyes del Reich, emanadas de su Fhürer –algo de lo que a veces no parece consciente Arendt-. Eichmann no era más que un funcionario que había cumplido con su obligación y había obedecido a la ley. Sus actos eran legales, pero no legítimos, porque las leyes que obedecía eran inmorales. Si embargo, si Eichmann, o cualquier funcionario nazi, hubiera obedecido a su conciencia moral, y por tanto hubiera desobedecido las leyes, se hubiera situado al margen de éstas, hubiera cometido un acto ilegal, un delito, y habría habido de ser castigado por ello.
 Salvando las distancias –no demasiado grandes en lo que a dignidad humana se refiere- la crisis actual nos ofrece otro ejemplo de los mismo. No se soluciona con leyes, puesto que el problema no está en las leyes. Es un problema moral, que tiene su raíz en la corrupción política y en la racionalidad técnica –el fin, ganar más, justifica cualquier medio- de los llamados mercados. De esta forma se elaboran leyes que, o bien son inútiles porque no solucionan el problema, o bien causan un perjuicio –muy grave a veces- a la gran mayoría de los ciudadanos. Y los funcionarios encargados de hacerlas cumplir –médicos, profesores, policías o inspectores de hacienda- se ven en la tesitura de no obedecerlas haciendo caso de su conciencia moral y situarse al margen de la ley, u obedecerlas, olvidando la moral, y convertirse en brazos ejecutores de la dignidad humana de sus conciudadanos.

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