Cuando se rasca un poco en la superficie
de algunos individuos que destacan sobre los demás, de algunos individuos a los
que incluso se podría calificar de geniales se llega a la conclusión de que no
son más que una muestra de la mediocridad imperante. Y son mediocres porque su
genialidad, o su supuesta genialidad, solo consiste en obedecer. En obedecer a
la ley, en obedecer al pueblo, en obedecer a la gente, en obedecer a un ideal.
En todo caso en obedecer siempre, pero nunca en obedecerse a sí mismos.
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