viernes, 10 de septiembre de 2010

Dejad que los niños se acerquen a mí

 Corría el siglo XVI cuando las revueltas en los Paises Bajos propiedad de los Reyes de España, produjeron una escisión en el territorio entre las llamadas Provincias Unidas (hoy en día Holanda y Luxemburgo), que se independizaron del Imperio en el cual no se ponía el sol y mantuvieron una política relativamente tolerante (todo lo que permitía la época) en materia religiosa –aunque el fondo doctrinal de las mismas fuera el protestantismo- y Flandes, Bélgica en la actualidad, que siguió unida a la metrópoli y, como no, a la ortodoxia católica. Quizás por eso los jueces belgas aún recuerden aquellos gloriosos tiempos en que las tropas de Felipe II y Felipe III se encontraban a sus anchas bebiendo cerveza, comiendo chocolate y saqueando Amberes (de ahí viene la famosa expresión “furia española”) y sigan apegados a la obediencia estricta a Roma, aunque esta obediencia sirva para dejar sin castigo a unos cuantos pederastas o “efebófilos” según el peculiar lenguaje vaticano.
 No es la primera vez que la muy católica Bélgica da muestras de adhesión inconmovible a la fe romana. Recordemos que el rey Balduino ya abdicó de su cargo por un día, hace unos años, para no tener que ratificar con su firma una ley del aborto aprobada por el Parlamento. La rapidez con la que los jueces belgas (en este caso sólo uno, seamos justos) han respondido al llamamiento del papa Ratzinger (ese que cuando visitó Auschwitz se preguntaba dónde estaba Dios) ha sido digna del celo que antaño demostró su monarca. Recordemos que Benedicto XVI reaccionó con toda la cólera de un antiguo dirigente de la inquisición (en sentido literal, no metafórico) ante el registro que la policía belga realizó en varias iglesias y edificios religiosos debido a los numerosos casos de abusos sexuales a menores realizados por sacerdotes, denunciados en los últimos meses en ese país. Hoy, un juez, -seguramente iluminado por el altísimo- ha declarado ilegales esos registros y ha obligado a la policía a devolver todos los documentos incautados, que me imagino yo que no serían misales y catecismos, sino papeles en los que se pudiera encontrar alguna prueba sobre la veracidad de los hechos denunciados y el señor Papa de Roma, supongo, le habrá tenido presente en sus oraciones y le habrá bendecido per secula seculorum.
 Esta noticia no habría ido más allá de la demostración, una vez más, del ascendiente que la Iglesia Católica sigue teniendo sobre el poder civil de los estados que caen bajo su órbita, si no hubiera sido porque casi simultáneamente hemos conocido otra: que al menos trece suicidios producidos en los últimos meses en Bélgica pueden estar relacionados con casos de pederastia por parte de religiosos. Es decir, que algunos niños que sufrieron en sus carnes los abusos sexuales de sus muy católicos y ensotanados profesores, confesores o sacerdotes se traumatizaron de tal manera que al final, ya de adultos, han terminado quitándose la vida. Si pormenorizo tanto este asunto es porque todavía hay gente a la que este tipo de cosas hay que explicárselas muy claritas y muy despacio porque están dispuestas a admitir sin ninguna duda lo que alguien les dice acerca de lo que dijo un carpintero judío hace 2000 años que además decía que era el hijo de un ente invisible, intangible, inmaterial e incomprensible, pero no admiten lo que tienen delante de sus narices.
 ¿Y qué es lo que hace don Benedicto ante todo este asunto aparte de anatematizar a la policía belga?. Pues supongo que echar tierra sobre el asunto y apartar a los curas pederastas de sus puestos, para que vayan a violar a otros niños de otras parroquias. Es de esperar, al menos, que no caiga en el cinismo de declarar infaliblemente que los suicidados por culpa de las prácticas pedófilas de los sacerdotes van a ir al cielo y no al infierno como les correspondería por suicidas. Y yo, que no soy católico, ni practicante, ni creyente y opino que la Biblia no es más que un montón de leyendas manipuladas por Pablo de Tarso, pienso que cuando Jesús dijo aquello de “dejad que los niños se acerquen a mí” no se refería precisamente a esto.

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