jueves, 16 de septiembre de 2010

Gris

 Cada vez más la sociedad actual se mueve en el estrecho maniqueísmo de los extremos, si es que en alguna ocasión lo ha abandonado. Quién no está conmigo está contra mí. Se nos dice, se nos enseña, se nos impone que hay que ser del Barcelona o del Madrid, del PP o del PSOE, estar a favor del aborto o en su contra. No hay matices. No existen zonas de sombra, campos de interconexión, áreas de confluencia. El bien o el mal, y lo que es bueno para mí debe ser bueno para todos, y lo que es malo para mí es malo para todos. Y si lo que yo considero bueno tú lo consideras malo entonces eres tú el que está equivocado, el ignorante, el que no merece vivir.
 Tomemos como ejemplo las recientes expulsiones de gitanos rumanos y búlgaros de Francia. Para empezar convendría matizar una cuantas cuestiones que ayudarán a ver el asunto desde otra perspectiva, sobre todo para la gran mayoría que sólo es capaz de ver lo que les permite las estrechas gafas de aquello que consideran bueno, correcto y por lo tanto de obligado cumplimiento. En primer lugar es evidente que Sarkozy está expulsando a los gitanos de su territorio para ocultar los escándalos de corrupción que le afectan a él y a su partido y neutralizar de alguna forma el descontento social por sus medidas de ajuste económico con una decisión populista. En segundo lugar, si la UE condena las expulsiones de gitanos no es por una razón de defensa a ultranza de los Derechos Humanos (los que niega a sus trabajadores), sino porque les asusta que los expulsados se asienten en sus territorios. Y en tercer lugar el 90% de la población europea en el fondo está de acuerdo con la actuación francesa. Todos somos muy solidarios cuando tenemos al extraño lejos, pero cuando vive en la puerta de al lado nos encerramos bajo siete llaves, y si estamos en un cajero automático y pasa por nuestro lado nos pegamos a la pared y procuramos esconder la cartera.
 ¿Qué hay en el caso de los gitanos expulsados?. Por un lado aquellos neofascistas ignorantes (incluso ignoran que lo son) que piensan que todos los gitanos (y por extensión árabes, negros, chinos etc.) deberían ser, no ya deportados, sino asados directamente en un horno crematorio, porque son vagos, maleantes, nos quitan el trabajo y además huelen mal. Y por otro lado está la progresía de cartón, igualmente ignorante, del “papeles para todos” -porque aquí cabe todo el mundo aunque acabemos cayéndonos al mar- que considera que todos lo gitanos –y árabes, negros, chinos, etc.- son unos pobres inocentes no corrompidos por el capitalismo occidental que vienen a enseñarnos y a compartir con nosotros su impoluta cultura.
 Y el caso es que hay gitanos que se pueden identificar como ciudadanos europeos que trabajan y ayudan al mantenimiento y el desarrollo de la nación en la que viven y otros que se aprovechan de la buena voluntad de la gente y explotan a sus bebés mendigando en el Metro. Y hay marroquíes huidos del infierno de Mohamed VI que se desloman para sacar adelante a sus familias y los hay que trafican con hachís, obligan a sus mujeres a taparse la cabeza a base de palizas o ponen una bomba en un tren. Pero para la sociedad actual –dirigida por los opinadores profesionales- las cosas son blancas o negras y si no estamos de acuerdo nos liamos a garrotazos. Y los que vivimos en el gris porque nos gusta al final nos reímos, aunque nos tachen de locos y nos acabemos llevando todos los palos.

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