Dios no es más –ni menos- que un sentimiento
que surge de la negación por parte del individuo de su propia humanidad. Por
eso los que, como decía Nietzsche, somos humanos, demasiado humanos, los que no
renunciamos a nuestra humanidad esencial no tenemos ese sentimiento, no lo
necesitamos. Los que sabemos qué somos, no creemos Dios.
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